Crónicas de agosto, 8

Un día de octubre de 1983, el escritor valenciano Manuel Vicent firmó una de sus imborrables columnas periodísticas con el título de El badajo. Este lector descubrió ese día una noción geopolítica que hoy se ha convertido en un manido tópico: la España vacía, o vaciada, como se dice ahora. El badajo al que se refería Vicent es Madrid, el poblachón que Felipe II hizo capital del reino por las bondades de su clima seco y la delicadeza de sus aguas, convertido ahora en una megalópolis en medio del desierto cuya función parece consistir en golpear a la periferia costera del país, de donde provenía toda riqueza (minas, siderurgia, astilleros, textiles, frutos del mar y de la huerta) para componer el toque a rebato del patriotismo español. A cuatrocientos o quinientos kilómetros de Madrid en cualquier dirección de la rosa de los vientos, el viajero encuentra sociedades, paisajes, lenguas, tradiciones, sin duda tan o más valiosas y atractivas que las que puede encontrar en las calles de una ciudad donde los  gobernantes locales han practicado una corrupción sistemática y ahora han declarado que la contaminación medioambiental es cultura. ¿Cómo es posible que la izquierda no haya podido derrotar en las urnas a esta gente? Es otro de los misterios, y no el menor, de Madrid.

El principio federalizante implícito en el estado de las autonomías pudo quizá llevar a la idea de que se corregiría esta tendencia al supremacismo madrileño, pero lo cierto es que no ha sido así. Los constituyentes se negaron a imaginar un país en el que Madrid se viera despojado de su poder económico y cultural, además de administrativo, en igualdad con otras capitales y regiones, y a tal fin envolvieron la ciudad con el blindaje de una comunidad autónoma propia, con el mismo nombre, para que ninguna administración ajena al núcleo de la metrópoli tuviera ningún poder sobre su riqueza. En cierto modo, fue el primer paso para la privatización del estado en un marco formalmente democrático. La mutación de la economía productiva en economía financiera ha favorecido este designio. En la periferia del país se cierran fábricas, minas y astilleros del viejo sistema productivo sin reposición posible, mientras Madrid acumula capital, inversiones, industrias y servicios de nuevo tipo. Madrid es el fumadero de opio de los libertinos fiscales. La nueva presidenta, doña Ayuso, ha prometido convertir el badajo en el faro de España y erigirse en contrapoder del gobierno del estado. Nos esperan tiempos interesantes.