El alcalde de Madrid y los voxianos, aliados políticos y socios de gobierno, se enzarzan en una tangana durante el minuto de silencio institucional  contra el último asesinato machista en la capital. La bronca es un episodio de la lucha por el relato. El hecho es que un tipo ha apuñalado a su compañera hasta matarla en presencia de sus dos hijas de diez y ocho años, que suplicaron al asesino y tuvieron que llamar ellas mismas a los servicios de emergencia. En este agujero negro de dolor, pepé y vox se enganchan por una pancarta, y lo hacen en medio de una batería de micrófonos y cámaras, para que se vea y se oiga bien. Obscenamente.  Sin complejos. No es el primer caso en el que el narcisismo de la despreciable clase política que nos gobierna utiliza a las víctimas más vulnerables para hacerse notar. Ocurrió el pasado mayo en el campo nazi de Mauthausen, donde fueron asesinados miles de españoles y dieron la nota políticos en activo que se pretenden herederos de las víctimas y solidarios con estas.

Relato es una de esas palabras que segrega la jerga política y que corretea por el lenguaje en busca de sentido. La próxima campaña electoral va a ser, dicen, una batalla por el relato. No por la ideología (el alcalde madrileño y los voxianos piensan lo mismo sobre los asesinatos machistas, es decir, que no son machistas, como confesó el alcalde a los de la pancarta), ni por el programa, que es aleatorio e indistinguible (como se empeña en convencernos don Sánchez que quiere hacer una política progresista con el apoyo de la derecha) sino por el relato, es decir, la pancarta. Relato tiene dos acepciones en el diccionario rae que forman una hibridación muy conveniente, pues tanto significa conocimiento que se da un hecho como cuento o historia. Relato es, por ejemplo, la Odisea.

Hace un par de días, lejos del mundanal ruido, un público nutrido y más que talludito celebró un encuentro con el profesor Carlos García Gual sobre esta epopeya fundante de la civilización occidental en la que se entrelazan fragmentos realistas y costumbristas de la Grecia arcaica con episodios fabulosos y delirantes. El relato, advirtió el profesor García Gual, debe ser verosímil, lo que significa reconocible para el entendimiento. La mitología griega se distingue de las religiones monoteístas posteriores en que no te obliga a creer ciegamente en algo inverosímil como la virginidad de María. En las próximas semanas, los think tanks de los partidos, educados en una religión en la que se comulga con ruedas de molino, están convocados para elaborar un relato en el que sus jefes aparezcan convertidos en seres mitológicos sin perder la apariencia humana.

La Odisea es el resultado de una larga sedimentación de relatos que fluían por plazas y mercados de las ciudades griegas y su indestructible robustez como nutriente literario se debe a que Ulises no se detuvo para hacerse un selfie con el cíclope o con las sirenas. ¿Qué relato va desmentir o edulcorar la zafia tangana que han protagonizado hoy don Almeida y don Ortega-Smith sobre la sangre de la mujer asesinada y el llanto de sus hijas? ¿Qué epopeya hará olvidar los tensos segundos de silencio con que don Sánchez recibió una pregunta periodística y revelaron su inanidad como dirigente? ¿Qué relato se puede imponer sobre las evidencias y los fingimientos de los que hemos sido testigos estas semanas? Si hemos de recurrir a un relato, mejor la Odisea.