En cierta remota ocasión, el amigo Quirón y quien esto escribe vimos un espía ruso. Fue en el  entonces llamado drugstore de Velázquez del Madrid de los felices ochenta a donde habían arribado los dos aldeanicos para bautizarse en los ritos de la movida por antonomasia. En el borbor de yintonis, muchachas rientes y malandrines que te birlaban la radio del automóvil si no tenías la precaución de llevártela bajo el brazo cuando lo dejabas aparcado, los aventureros de la noche se fijaron en un anciano robusto, de cabeza maciza, cejas pobladas y expresión absorta,  sentado solitario ante un velador. Era la imagen misma de la derrota y el abandono en la que reconocieron con asombro que aquel alienígena era Enrique Líster, el héroe del quinto regimiento republicano, el general del ejército soviético, el revolucionario regresado al país tras un exilio de treinta y tantos años, a la sazón cabecera de un diminuto partido comunista escindido de la matriz principal.

No podíamos apartar la mirada de aquella extravagante figura mitológica a la que Antonio Machado dedicó un encendido elogio: Si mi pluma valiera tu pistola / de capitán, contento moriría. Y allí estaba el héroe ungido por el gran poeta, en medio del cacareo inmisericorde de una multitud que ni le reconocía ni le prestaba atención, hasta que se acercó a él otro tipo, alto, más joven, enfundado en un estridente gabán largo de cuero negro, tocado con un gorro de astracán y aferrado a un robusto portafolios con abrazaderas. Líster y el recién llegado cambiaron unas palabras y se marcharon juntos.  Así que los dos provincianos habían asistido a una cita clandestina entre un líder comunista y un espía ruso; el primero, perfectamente identificable, y el otro disfrazado de tal. Ni Quirón ni quien esto escribe han vuelto a ver nunca más un espía ruso.

Ahora vuelve a escena porque es un personaje fijo en la comedia occidental. Puestos a detectar peligros invisibles, nadie habla de espías chinos, a pesar de que esta potencia económica y militar es dueña de la mitad de nuestra economía y hay chinos hasta en el descansillo de casa; pero, por alguna venturosa razón, el peligro chino más siniestro producido por el imaginario occidental es fumanchú. Los rusos son otra cosa; exportan espías como antes exportaban ajedrecistas y ahora oligarcas y mafiosos, y diríase que al nacionalista Putin le gusta, no en vano fue agente del kagebé, que no se coscó de la caída de la urss y ahora quiere vengarse. El caso es que, según cuenta el diario de referencia, un juez español ha  ordenado investigar a espías rusos que, presuntamente, andan enredando en Cataluña. Los espías investigados forman una unidad militar de élite especializada en operaciones de desestabilización en Europa, llamada unidad 29155, lo que hace pensar que si se sabe tanto de ellos es porque van por ahí con gabán de cuero, gorro de astracán y portafolios con abrazaderas.

Si hay agentes extranjeros malmetiendo en el país, la obligación de la poli y de los jueces es echarles mano, pero, por lo que cuenta la crónica, las imputaciones que caen sobre ellos son acciones criminales de nulo efecto desestabilizador.  Pueden haber atentado contra un ex agente ruso en Reino Unido pero no es probable que sean responsables del bréxit.  Tampoco del prusés catalán aunque revoloteen alrededor de don Puigdemont y compañía, si bien el número de la famosa unidad secreta (29155) parece una alusión irónica al artículo de la constitución española que les cayó encima a los catalanes por sus veleidades independentistas.

Permítasenos a la gente de nuestra generación que asistamos con escepticismo a estas noticias de tinte novelesco que nos devuelven a un tiempo anterior al drugstore de Velázquez en el que los autores de nuestras miserias eran los rusos. Por cierto, el ex director y súper jefe que fue del periódico de referencia algo debe saber de este asunto. También a él quisieron los poderes del estado empapelarle con el argumento de que andaba ennoviado con una espía rusa. Del incidente publicó una novela prescindible que fue su primer peldaño para el sillón de la rae que ahora ocupa. Luego se casó de verdad con una dama rumana, pero no es lo mismo.