En el inclemente cacareo con que la derecha y sus terminales mediáticas nos advierten de los peligros que trae el felón don Sánchez, se ha oído que se propone expulsar a la guardia civil de esta remota provincia subpirenaica. Es una verdad por exceso, es decir, una mentira pues de lo que se trata es de transferir al gobierno regional las competencias de tráfico, que ya ejerce a través de su policía autónoma. Pero en el cerebro reptiliano de nuestra derecha la guardia civil es la custodia de la patria y de sus intereses privativos, que vienen a ser la misma cosa. El cuerpo fue fundado para mantener a raya el descontento social en tiempos de latifundios, aldeas hambrientas y miseria proletaria, cuando una manifestación pacífica en demanda de un aumento salarial de cinco céntimos bien podía terminar con unos cuantos muertos en la calzada bajo las balas de la benemérita. Luego, las cosas han cambiado mucho, claro está, pero recortar competencias al cuerpo, por marginales que sean, es un motivo más que sobrado para deslegitimar a quien perpetra este crimen de lesa patria. El centralismo de la derecha y su sentido patrimonial del estado le lleva inexorablemente a adoptar respecto al resto del país una mentalidad colonialista, de la que la guardia civil ha sido su brazo armado, así que cualquier forma de descentralización administrativa es percibida y amplificada como una renuncia a parte del territorio nacional. Veamos.

Esta remota provincia subpirenaica fue el último reino incorporado por conquista a la corona de Castilla y Aragón (posterior incluso a la jaleada toma de Granada) y desde el primer tercio del siglo XIX se rige por un régimen fiscal y administrativo específico, validado en la constitución del 78, que, entre otras competencias históricas, atribuye al gobierno regional la gestión de caminos. Esto hizo que la red de carreteras regionales y comarcales de la provincia fuera durante mucho tiempo la mejor del país, aún es buena y está reforzada por autovías de gran capacidad que se detienen bruscamente en la linde de la provincia por desinterés del gobierno central en continuar su trazado, una manera como otra cualquiera de mantener aislada a la provincia. La vigilancia de estas competencias históricas estuvo a cargo de un modesto cuerpo policial, que aquí llamamos policía foral y que durante mucho tiempo tuvo como únicas encomiendas la custodia de los edificios dependientes de la diputación y la vigilancia de caminos. La guerra civil cambió este estatus.

La remota provincia hizo una notable aportación de milicias a la causa de los sublevados contra la II República y estas fueron de inmediato militarizadas y encuadradas bajo el mando del ejército rebelde. La jefatura de esta fuerza terminó en manos del general golpista Camilo Alonso Vega, conocido como Camulo, quien más tarde sería director de la guardia civil durante el periodo de lucha contra el maquis republicano al término de la segunda guerra mundial y posteriormente ministro de gobernación de la dictadura. Fue en este periodo en el que la guardia civil se hizo cargo de la vigilancia de las vías de comunicación de la provincia, cuando el desempeño de esta misión era algo más sombrío y duro que hacer soplar en el alcoholímetro a un conductor sospechoso a la salida del aparcamiento de una discoteca.

Tras la aprobación de la constitución y el estatuto de autonomía de la provincia, que aquí llamamos amejoramiento, y la consiguiente asunción de competencias, ya fueran históricas o nuevas, la policía foral amplió sus funciones, incluidas las de tráfico, que ha venido compartiendo con la guardia civil. Los intentos en el parlamento regional, que los hubo desde los años ochenta, para que la policía foral asumiera la totalidad de las competencias de tráfico no prosperaron por razones que resultan obvias, en plena ofensiva del terrorismo de eta. Ahora, la medida debiera entenderse como una descentralización razonable a partir de resoluciones perfectamente constitucionales y legales, pero los amigos de lo dramático no deben perder la esperanza. Ya habrá nacionalistas de uno u otro pelo que se ocuparán de teñir la decisión con algún tinte tóxico.

A propósito: ¡qué tedioso resulta tener que recordar estas obviedades en medio de un guirigay nacional pletórico de mala fe!