He aquí una expresión del habla de mi pueblo que señala a quien se embarca en negocios que pueden tener consecuencias indeseadas. Tú, ándate con hostias…, es una advertencia amistosa o amenazadora, según quién la diga, en qué tono y en qué circunstancia. El campo semántico de la expresión es tan lábil que resulta aconsejable ponerse en guardia si eres su destinatario. Un joven artista provincial se ha andado estos días con hostias, literalmente. En una exposición patrocinada por el ayuntamiento, ha montado una instalación o performance o como se diga, en la que con hostias consagradas ha escrito la palabra pederastia. Lo de consagradas lo dice el artista y habrá que creerle, aunque hace falta mucha fe en dios o en el arte para ir doscientas y pico veces a misa a recoger el material cuando se puede comprar a granel de una tacada y el efecto que produce en el espectador es el mismo. Antaño, en tiempos de mayor rigor litúrgico, cuando la religión era legalmente incompatible con la democracia (como ahora en Arabía Saudí o en el estado islámico, digamos), este método artesanal de acopio no hubiera sido posible, incluso por una cuestión de procedimiento ya que entonces la hostia pasaba directamente de la pinza de los dedos del presbítero al gaznate del comulgante. Pero ahora los creyentes la reciben en la mano y se la llevan consigo, y la banalización del misterio deriva en la banalización del arte, que es la cancha en que la juega el joven artista. La intención de su mensaje es tan obvia que no hace falta glosarla. Tampoco, la mezcla de furia iconoclasta e ingenuidad política que la ha inspirado. Pero en tierra de apostólicos, raro fuera que no provocara alguna reacción, y así ha sido. Rogativas, misas y rosarios de desagravio, denuncias a la fiscalía, ataques físicos a la exposición y una modesta, en número, manifestación erizada de cruces ante la casa consistorial para pedir la dimisión del alcalde, en una reedición formato Facebook de cuando los talibanes eran nuestros abuelos. Y hablando de eso, el artista ya ha previsto el momento en que todos seremos musulmanes, como profetiza Houllebecq, y en otra performance o como se diga se comió unas cuantas páginas del Corán, también literalemente. En este momento, el insignificante alboroto provincial del evento ya ha amainado pero deja dos conclusiones para la crítica. Primera, que el arte, incluso en mi pueblo, se ha convertido en una mera agitación de lo banal, como ya han demostrado con más recursos Damien Hirst o Jeff Koons, y Abel Azcona ha sido recompensado con sus quince minutos de fama. En segundo término, podemos pensar que hubiera bastado un ligero cambio de enfoque en el entorno de la obra para que esta cambiara de significado. Si la performance o como se diga se hubiera mostrado en un bosquecillo alejado en vez de en una sala municipal y sus receptores hubieran sido unos inocentes pastorcillos analfabetos en vez del trajinado público urbano, el sacrilegio hubiera mutado en milagro, toda vez que es impepinable la lógica que asocia el mester de los clérigos católicos con los proliferantes casos de pederastia que han protagonizado. La disposición de las hostias para formar la palabra aciaga, ¿por qué no habría de ser un mensaje para la regeneración de la Iglesia? Cosas más raras han visto los videntes y los santos de los retablos. Claro que, a ver dónde encontramos ahora unos inocentes pastorcillos para una performance o como se diga.
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