Dos pelis para una jornada de reflexión (y 2)
Las imágenes que documentan el fin del fascismo en Europa son contundentes e inolvidables. Las pilas de cadáveres amontonados en los campos de exterminio nazis constituyen una visión aterradora, derogatoria de una época a la que nadie quiere volver. Aquellas imágenes, cada vez más remotas y en consecuencia ininteligibles, abocaron al periodo más largo y fértil de paz y desarrollo económico y social de la Europa moderna: la era del consenso antifascista. La época de la democracia a la que España se incorporó cuarenta años después y en la que aún vivimos.
Bien, conocemos el final de aquel infierno pero ¿cómo empezó todo? El ascenso del fascismo, ahora hace un siglo, carece de hitos estelares. La imágenes de desfiles y banderas corresponden al momento triunfal posterior, en el que el huevo de la serpiente ya había eclosionado, pero antes de eso hubo un periodo de incubación brumoso, de relativa normalidad, en el que las sociedades fueron rindiendo posiciones, una a una, a los nuevos bárbaros con una mezcla de ignorancia, oportunismo y mala fe. ¿Qué valores y libertades fueron poco a poco cercenados hasta su completa aniquilación?
Eldorado es un documental dramatizado de Benjamín Cantu, disponible en plataforma digital, que describe la destrucción de la libertad sexual en la Alemania nazi a través de la experiencia trágica de personas gays y trans, que tenían su lugar de encuentro en el cabaré berlinés que da título a la película y que, por cierto, exhibía un eslogan publicitario muy parecido a la consigna podemita: ¡aquí se puede! En los años veinte, Alemania era la sociedad más avanzada de Europa en artes, ciencias y pensamiento, y Berlín, la ciudad más liberal y creativa, sede de instituciones punteras como el Instituto para la Ciencia Sexual, una fundación sin ánimo de lucro donde se realizaron las primeras operaciones de cambio de sexo en un marco científico. Su director, Magnus Hirschfeld, es uno de los personajes glosados en el documental; fue un sexólogo de renombre que despreciaba las teorías raciales de los nazis y tenía todos los boletos para ser su víctima -judío, homosexual y socialdemócrata-, expulsado de su país y fallecido en el exilio.
En nombre de un ideal superior, las teorías políticas iliberales tienen en su programa la constricción de la libertad sexual, el estrato más íntimo e insobornable del ser humano, al que no puede renunciar sin negarse a sí mismo. El argumento contra la libertad sexual puede ser muy variado –racial, religioso, cultural, consuetudinario, etcétera- pero el común denominador es su carácter reaccionario y de fácil ejecución porque las minorías sexuales son socialmente muy vulnerables. En la Alemania nazi, la sexualidad estaba al servicio del Reich y su diseño era simple. Los varones estaban heridos en su hombría por la reciente derrota en la primera guerra mundial y debían fortalecerse en las artes de la lucha y del dominio, también sexual, mientras las mujeres quedaban al cuidado de las tres Ks: niños (Kinder), cocina (Küche) e iglesia (Kirche). Quienes no encontraban su lugar en este esquema, que nos resulta muy familiar ahora mismo, eran carne de campo de concentración.
El espectador de Eldorado no puede quitarse de la cabeza las recientes imágenes de arriado de la bandera del arco iris en las instituciones en las que gobierna la coalición reaccionaria. Pero ¿en qué se parece la Europa actual a la de hace un siglo? Pues bien, veamos algunos rasgos comunes en ambas épocas: a) una crisis económica global irresuelta que ha quebrado la base material de la sociedad y del estado; b) una tensión social que se expresa en términos culturales y tiene su campo de batalla en las libertades civiles; c) un repliegue conservador hacia posiciones autoritarias, y d) la aparición de una guerra real que estimula el rearme de los estados y nos acerca a una tercera conflagración mundial.
P.S. Esta situación, cuya gravedad debería preocuparnos, encuentra a menudo manifestaciones ridículas como la última invectiva salida de la alquitara de don Aznar, el káiser perpetuamente cabreado, contra doña Yolanda Díaz a la que ha motejado de figurín neocomunista confeccionado a toda prisa con retales de Dior y mediocre literatura de autoayuda. El bobo que ha perpetrado esta esforzada ocurrencia machista necesita algunas clases de escritura creativa si no quiere ser uno de los primeros que pierdan el empleo sustituido por un artefacto de inteligencia artificial. Pero, ojo con el peligro de los ridículos, recuérdese al Joker o al Pingüino, o a Hitler, sin ir más lejos.
Paul Valery decía que la Historia es la Ciencia que estudia los hechos que no se repiten. Charles De Gaulle le corrigió y dijo que la Historia no se repite pero que a veces tartamudea. Estamos, sin duda y como muy bien dices, ante un trágico tartamudeo de la Historia.
Hola, el tartamudeo de la historia es una imagen muy gráfica, y en este caso pertinente. De Gaulle era un tipo listo. Gracias. Un saludo.
Ahora, la derecha montaraz, nos va a decir que los que nos tartamudeamos somos nosotros