Diríase que la condición insular de los canarios los hace expertos en guerra submarina y pueden colocar una mina de gran potencia en la quilla de acorazado surto en el puerto de La Moncloa (Madrid). En la tesitura de atacar Pearl Harbor, los canarios lo habrían hecho por abajo y no por arríba. No de otro modo puede interpretarse la propuesta de don Clavijo, líder de coalicioncanaria, para que presida la cámara baja del parlamento un diputado del peeneuve. Ambos partidos tienen en común su carácter regional y su ubicación a la derecha y, dada la circunstancia, son libres de pactar con cualquier ala del arco político que favorezca sus intereses privativos. Ambos, canarios y vascos, lo han hecho en el pasado y esta simbiosis de nacionalismos excluyentes da a veces curiosos compañeros de cama, como aquella ocasión en que don Del Burgo, diputado de esta remota provincia subpirenaica y tenaz adalid de su fuero, fue obligado por el almirantazgo de don Aznar a sumarse a los diputados canarios para que estos alcanzaran el quórum necesario para formar grupo parlamentario propio, y ahí estaba don Del Burgo, defendiendo a su tribu pirenaica, sentado en un escaño a dos mil y pico kilómetros y con un océano de por medio.
La singularidad canaria está determinada por la geografía, y la vasca, por la lengua. Ambas son circunstancias perfectamente superables en la práctica, pero que, en este nuestro mundo, forman una entidad rocosa, como para Sísifo, que el gobierno central no puede ignorar. Es la España plural que encandila a cierta izquierda madrileña pero que resulta muy pesada cuando has de cargarla a la espalda a fecha fija.
El caso es que la ofensiva canaria para que los nacionalistas periféricos se hicieran con el mando del parlamento se produce cuando don Sánchez y compañía tienen focalizada la atención y el esfuerzo negociador en Cataluña, donde necesitan hacerse con el voto de las dos formaciones nacionalistas, esquerra y junts, tercera y cuarta fuerzas en las elecciones generales, enfrentadas entre sí en la pugna por salir de la ducha escocesa envueltos en la estelada más grande. Las dos fuerzas atraviesan una aguda crisis existencial porque su apuesta compartida fue un fracaso morrocotudo. La república independiente fue un sueño y cuando los durmientes despertaron, España seguía ahí, borbónica y más anticatalana, si cabe. El electorado catalán les ha dado la espalda pero, como queda visto, no hasta el punto de que no sean imprescindibles para entronizar a don Sánchez y su gobierno de progreso, al que en junts detestan y del que en esquerra no se fían.
La operación canaria de poner al frente del congreso a un nacionalista vasco del peeneuve (275.782 votos de 35 millones emitidos, ni siquiera la primera fuerza en su circunscripción, donde ganó el pesoe, 290.000 votos) es vista por los socialistas como una operación inspirada por el pepé. En estas situaciones extremas, la agudeza de la percepción y la paranoia no siempre son distinguibles. Parece una locura pero, ¿y si tienen razón? Mira por dónde, después de los denodados esfuerzos de los españoles muy españoles por derogar el sanchismo, sin éxito, lo van a conseguir los nacionalistas periféricos, vascos, catalanes y canarios, que no quieren ser españoles, excepto provisionalmente y si les conviene. En este popurrí, el gallego don Feijóo tendría una oportunidad: él sí sabe cómo manejar a los nacionalistas; de hecho, les ha ganado todas las elecciones en su propio terreno.