El ensanche de esta remota capital de provincia subpirenaica ha sido escenario este jueves de un milagro, tierno e imprevisible como los que se mostraban en algunas pelis del cine neorrealista de la remota posguerra, en el que ciertas demandas populares eran satisfechas contra todo pronóstico por un imprevisible giro de guion. El milagro ha consistido aquí y ahora en que la alcaldesa ha decidido suspender las obras de un aparcamiento subterráneo cuya excavación exigía la tala de unos cuantos árboles y la alteración urbanística  de una de las zonas más amables de la ciudad.

La decisión de la regidora se ha conocido cuando el espacio de la obra estaba perimetrado por altas vallas de alambre, los árboles marcados, el tráfico suspendido en la zona y una excavadora había empezado a morder el terreno. El cambio de criterio municipal puede imputarse a la oposición vecinal y al hecho de que el partido de la alcaldesa era el único que defendía el proyecto en minoría en el ayuntamiento, pero sin duda no son causas suficientes. La oposición se expresaba en manifestaciones semanales de un centenar de vecinos de edad provecta y, en cuanto la minoría consistorial, sería la primera vez que esta circunstancia frena una decisión municipal ya tomada con los papeles en regla y la ejecución en marcha. El conflicto del aparcamiento había adquirido una dimensión simbólica acorde con el espíritu de este tiempo -árboles contra cemento- y los opositores al proyecto han recibido numerosos apoyos externos de asociaciones y personajes de relumbrón, como Tita Cervera, notoria defensora del arbolado urbano, y el biólogo ambientalista Miguel Delibes, pero tampoco parecen argumentos suficientes para doblar el brazo a la alcaldesa, que heredó el encargo de su antecesor.

Tampoco el cese de la obra se debe a ningún error técnico del proyecto ni hay sobre la mesa ninguna alternativa al aparcamiento previsto. Simplemente, lo que cuestiona la decisión de la alcaldesa es la pertinencia misma de la obra, es decir, la necesidad de más plazas de aparcamiento en una zona de urbanismo frágil, saturada de tráfico y diseñada en origen, hace ochenta años, para uso residencial, donde los árboles, que fueron ornamentales, se han convertido en elementos de supervivencia para el vecindario.  

Una de las incógnitas más difíciles de desentrañar para los historiadores y sociólogos  es en qué momento y por qué causa la historia da un giro y la sociedad pasa de una época a otra. Para decirlo parafraseando a Gramsci, en qué momento lo viejo se puede considerar definitivamente muerto y lo nuevo, realmente vivo. En la remota ciudad subpirenaica asistimos a uno de esos momentos que parece alumbrar una forma de vida más frugal y más placentera; más comunitaria y menos competitiva; más dialogante y menos autoritaria. La suspensión del aparcamiento subterráneo implica una enmienda al urbanismo vigente desde los años noventa, basado en el uso de la ciudad como fábrica de acumulación y consumo. Los vejetes que constituyen la mayoría del vecindario están (estamos) más cerca del cielo que de la tierra y no quieren (queremos) vivir una larga temporada previa (dos años de obras) en el purgatorio. La alcaldesa, cuyo partido conservador recibe muchos votos de este barrio, ha debido entenderlo  así y ha propiciado el milagro. La excavadora podía haberle devorado a ella. Hoy no ha sido un buen día para que la derecha exhiba fortaleza.