A principios de los años ochenta, este jubilado as a young journalist se iniciaba en la crónica parlamentaria y tomaba febrilmente notas en la bancada de prensa del recién estrenado parlamento democrático de la remota provincia subpirenaica. Aquel día peroraba en la tribuna de oradores sobre cualquiera sabe qué asunto don Mikel Sorauren, historiador vasquista, cuando de entre los escaños de la derecha se levantó con grandes aspavientos de disconformidad don Albito Viguria a la sazón portavoz de uniondelpueblonavarro, el cual abandonó el hemiciclo y aterrizó en la tribuna de prensa junto a este periodista, bufando como un toro. ¿De dónde eres chaval?, le preguntó de acuerdo con el protocolo de cortesía de la época en la que la ciudadanía era sinónimo de vecindad y no la otorgaba la constitución ni las leyes sino la pertenencia a una casa, a un pueblo y a un apellido reconocibles. Soy de aquí, respondió el periodista, no muy seguro de que fuera una respuesta suficiente, pues no podía blasonar de ser de casa Machena de Lumbier o ser un Zaratiegui de Beire. Don Albito aceptó la respuesta en lo que valía, poco, y añadió: mira, chaval, te voy a dar una lección que no olvidarás nunca y en eso acertó porque fue una clave para que el autor de estas líneas comprendiera a sus paisanos y a la tierra donde se entregará a los gusanos.
¿Ves a todos los que estamos en este sitio?, inquirió retóricamente don Albito señalando el apretado paisaje de la representación popular de la provincia. Pues, de todos, solo hay dos partidos que somos de aquí, de esta tierra: nosotros [la robusta derecha foral] y esos de ahí enfrente [los entonces llamados batasunos y hoy más conocidos por la moda cayetana como bilduetarras] porque ese que está hablando ahora en la tribuna [un vasquista moderado, que se decía entonces, peeneuve, para entendernos], ese ha llegado aquí por el Bidasoa y esos otros que están sentados ahí [el grupo socialista, para el que no ocultaba su desdén], esos vienen del Ebro. La lección de don Albito era un contundente esquema de la articulación política de la provincia desde el primer tercio del siglo XIX, constituida por el binomio liberal-conservadores vs. carlistas, que lucharon durante dos siglos y se unieron en el 36 para destruir la república. La idiosincrasia de ambas fuerzas tiene un rasgo común: la desconfianza cuando no la hostilidad hacia Madrid. ¿Han cambiado las cosas? No se dejen engañar por las mutaciones en los referentes y en la retórica, y menos por la ensordecedora e ignara campaña de desinformación que agita la prensa de Madrid.
El cambio de alcalde de la capital de la provincia ha vuelto a recordar con asombrosa exactitud la lección de don Albito. Desde 1979, la primera fuerza municipal es la derecha (upeene) y la segunda, los neocarlistas (bildu), ambos con denominación de origen, si bien ninguno de los dos tiene ahora mayoría suficiente para gobernar en solitario y de una u otra manera han de apoyarse en los del Bidasoa (geroa bai) y los del Ebro (pesoe). El cambio de aguja del pesoe estaba cantado: no iba a apoyar a la alcaldesa de la derecha, que forma parte de la coalición reaccionaria, y si no hacía algo al respecto iban a enterrarlo vivo en las próximas elecciones, como ha ocurrido en muchas ocasiones anteriores. Don Sánchez ha premiado con la alcaldía de Pamplona el pulquérrimo discurso, con corbata y todo, de don Jon Iñarritu, portavoz de bildu en el congreso.
¿En qué cambiará el estatus de la remota provincia con este nuevo pacto que saca de quicio a los cayetanos? Muy probablemente, en poco. No se sabe qué ciudad tiene en mente el nuevo equipo de gobierno municipal aunque este escribidor y sus vecinos estamos de enhorabuena porque paralizará definitivamente , o eso se espera, el deplorable proyecto de aparcamiento subterráneo en la plaza más coqueta y arbolada de la ciudad. Don Joseba Asirón, que tomará la vara en los próximos días, ya ocupó el cargo en la legislatura anterior, sin que el autor de estas líneas pueda recordar ningún hito de su ejecutoria. Es también historiador de la onda vasquista y deplora la adhesión del viejo Reyno a la corona de Castilla en el siglo XVI porque de no haber ido la historia por ese derrotero la ciudad hubiera sido, escribe el historiador, una capital europea, abierta al Renacimiento, con unas instituciones modernas y unificadas, el germen de una futura universidad, una imprenta como instrumento de difusión de las ideas y la cultura, y una flamante catedral, equiparable a las más brillantes de Europa. Soñar es gratis, así que, con suerte, nuestro nuevo alcalde nos llevará al cénit de la globalización, si bien a la primera de ellas, la de las carabelas, el comercio de las especias y los piratas turcos.
Los dos partidos patanegra, según el baremo de don Albito, tienen sus propios problemas. El de la derecha regionalista al que pertenece la alcaldesa removida del sillón, ha perdido la centralidad que le permitió gobernar la provincia durante treinta años y sufre, como las demás derechas europeas, la atracción de lo extremo. Dos de sus alfiles parlamentarios –don Carlos García Adanero y don Sergio Sayas– ya han sido absorbidos por el agujero negro que pilota no se sabe si don Feijóo o doña Ayuso y en el que se oye el bombo inclemente de don Abascal. En cuanto al inmediato alcalde y su partido de izquierda patriótica dejará ad calendas graecas el programa máximo de la autodeterminación e integración en una entidad política vasca, una posibilidad que es, por cierto, constitucional según la disposición transitoria cuarta de la carta magna vigente, pero que nadie en ningún bando ha invocado ni siquiera mencionado en cuarenta y cinco años, y no va a hacerlo ahora.
El cambio del edil mayor en esta remota capital es consecuencia lógica de un cambio de época en el que la política se juega en un campo conceptual más amplio: donde hubo regionalismo y autonomía, ahora hay globalización e identidad. Nuevo escenario, nuevas palabras, los mismos problemas.