Don Quijote y Sancho entran en Barcelona. (Grabado de Gustavo Doré).

La función de las fiestas es crear más fiestas. El ocio y el entretenimiento tienen un carácter naturalmente expansivo. El valor y el interés de los días feriados no reside en lo que se celebra, que a nadie le interesa, sino en su condición de pilar de un puente vacacional, según caiga en el calendario. Este año no hemos tenido suerte con el 12 de octubre, que cae en sábado, lo que es como llover sobre mojado. ¿Y qué se celebra el 12 de octubre?

Pues es difícil saberlo; la fecha es un fósil entre de las ruinas de la memoria. Evoca el día en que Cristóbal Colón, del que recién han certificado que sus huesos son sus huesos, pisó una tierra que luego llamarían América, al otro extremo de la mar océano. Está bien, pero es como si Noruega celebrase su fiesta nacional el 14 de diciembre porque fue la fecha en que el explorador Roald Amundsen alcanzó el Polo Sur en apretada competición contra el inglés Robert Scott, al que le sacó treinta y cinco días de ventaja.

La desnudez de los días hay que vestirla de algún modo para que resalten en rojo en el calendario y un ministro de instrucción pública y bellas artes del reinado de Alfonso XIII –época misérrima en la que de nuevo se intentaba recrear la identidad nacional con ínfulas imperiales- la instituyó en 1913 como Día de la Raza, símbolo de un mito que fundía a los conquistadores de la Península con los conquistados de las Américas. La palabra raza, como expresión fraterna, ha tenido una deriva penosa (que les pregunten a don Abascal y a doña Ayuso si son de la misma raza que las peruanitas que empujan la silla de ruedas en la que se pasea la abuela), así que en 1926, cuando el racismo científico era ya una doctrina de vara alta en los países europeos, un cura español radicado en Argentina tuvo la idea de denominar la fecha como Fiesta de la Hispanidad, título que aún conserva y que una vez más está en completo desuso como han enfatizado estos días en plan woke los presidentes de México y Venezuela, que, para uso doméstico, vuelven a vernos encasquetados con el yelmo de Hernán Cortés.

¿Qué hacer, pues, con el p*** 12 de octubre? Esta fue la pregunta que se hicieron los padres del régimen constitucional del 78, apenas lo pusieron en pie, y que zanjaron de un plumazo, literalmente, mediante una ley de urgencia (18/1987, de 7 de octubre) y artículo único: Se declara Fiesta Nacional de España, a todos los efectos, el día 12 de octubre. De nuevo, la denominación llegaba tarde. Ya me dirán qué hacemos con una fiesta nacional en un burbujeante país plurinacional, confederal y fraccionado en taifas, sean catalanas, madrileñas, vascas, manchegas, por citar unas pocas, o aragonesas, que también celebran su fiesta nacional ese día.

En otros tiempos, que ojalá no regresen, aunque nunca se sabe, la solución residía en el ejército, y consecuentemente un desfile militar con presencia del rey es el único acto que da significado a la fecha. La dignidad del evento la define la expresión de don Mariano Rajoy, que tres años antes de llegar a la presidencia del gobierno, en 2008, calificó de coñazo el desfile, no sin antes haber exhortado a la ciudadanía para que celebrara la fiesta, es decir, para que asistiera al coñazo. El buen pueblo, que atiende a la llamada de don Rajoy, encuentra solaz en la jacarandosa marcha de la cabra que desfila con el tercio de la legión y, sobre todo, en la oportunidad de insultar a voz en grito y a cielo abierto al presidente del gobierno de turno, si es de izquierda.

Y tras este preámbulo, que espero que no haya desalentado al entregado lector, el grafómano, en la mejor tradición del arbitrismo español, se atreve a proponer al presidente don Pedro Sánchez, hombre de probada audacia y tenacidad (si sobrevive, ay), que traslade la fiesta nacional al 23 de abril, onomástica de don Miguel de Cervantes. Esta traslación no le evitará al presidente una embestida de la reacción pero tiene irrefutables argumentos a su favor, a saber:

1) Cervantes tuvo una existencia comparable a la de que hoy atraviesa la masiva clase media baja, es decir, azacaneada e incierta; 2) El Quijote es una lección de vida, flameada de ironía y compasión, sin duda el único producto español de cualquier orden y de cualquier época que no encuentra rechazo en ninguna parte, excepto entre los analfabetos, y del que podemos decir que el día que deje de leerse habrá desaparecido de verdad nuestra civilización; 3) la fecha nos acercaría a los países iberoamericanos, siquiera sea por la musicalidad de la lengua común y por las aventuras y desventuras que se cuentan en la novela;  4) la obra, nacida en lo que hoy es y entonces también era la España vacía, nos incluye a todos, y hasta catalanes y vascos aparecen de buen rollo, 5) la fiesta nacional, superpuesta a las celebraciones del día del libro, encontraría un clima social cívico, plural y abierto, y en último extremo fraterno, como ya ocurre ahora, y quién sabe si los ssspañoles no nos acostumbraríamos a regalar una rosa, como es costumbre en Cataluña; 6) el acto central de la celebración sería un discurso a cargo del literato agraciado con el premiocervantes del año, y si bien eso no lo haría menos coñazo que el desfile militar, estarían vetados los balidos de la cabra y los ladridos de la plebe; 7) el día coincidiría con la onomástica de Shakespeare, y quién sabe si no podrían programarse celebraciones conjuntas con Reino Unido, como se hace con las maniobras militares internacionales, lo que quizá daría tregua el irredento contencioso de Gibraltar.

En fin, ahí queda eso para quien corresponda.