Curioso modo de celebrar el aniversario –septuagésimo, en este caso- de un estado practicando el tiro al blanco contra los habitantes oriundos del territorio. Más de cincuenta palestinos desarmados asesinados y más de dos mil heridos por las balas israelíes cuando intentaban recordar a las autoridades del estado que celebra su onomástica que aquella era su tierra y de ella habían sido expulsados. Los disparos de los francotiradores israelíes eran el sustitutivo eficiente a la falta de cárceles para encerrar a los manifestantes. Las balas eran la solución final después de setenta años del juego del gato israelí y los ratones palestinos, en el que el primero tiene el apoyo de los poderes de la tierra en la misma medida que los segundos están olvidados por todos. Setenta años de una conmemoración especular y antagónica: el soberbio Eretz Israel de los judíos y la Naqba (la catástrofe) palestina. La entidad política que nació de la expulsión de la población autóctona y en muchos casos de su liquidación física vive en una suerte de eterno retorno, un inacabable día de la marmota. En este periodo de siete décadas, ni una señal de solución al conflicto. Al contrario, cada intento, más o menos solemne, se convierte casi de inmediato en un acto fallido y en un documento para el olvido. Entre tanto, el estado israelí es cada vez más fuerte, más extenso y más influyente en la esfera internacional, y los palestinos se han convertido, al parecer con carácter definitivo, en los parias de la tierra. Diríase que su pobreza, desarraigo y abandono, e incluso su ira, son necesarios para que el sistema operativo de la zona funcione.
Oriente medio es la región más caliente del planeta y donde puede esperarse que estalle una conflagración global si ha de estallar en alguna parte. En la región hay estados fallidos y regímenes militares, muchas teocracias y ningún estado democrático (para los efectos, ni siquiera el israelí, desde hace años gobernado por un enjambre de partidos de raíz religiosa y xenófoba), sociedades en transición hacia no se sabe dónde, divisiones religiosas irreconciliables, organizaciones terroristas bien afincadas, fuertes y extendidas, petróleo a raudales y, por último pero no en último lugar, intereses estratégicos de las grandes potencias, que ya han tomado posiciones y exhiben los colmillos sobre el terreno. Todos estos agentes juegan sus bazas diplomáticas y militares con movimientos que producen vértigo. El último, la trumpesca decisión de llevar a Jerusalén la embajada de Estados Unidos. Una vez más, una ofensa, en primer término, a los palestinos, cuyas consecuencias estamos viendo estos días. Entretanto, los europeos participamos en la confusión con la estulticia festiva que caracteriza nuestra presencia en el mundo. Primero, el giro de Italia, que empezó hace unos días ¡en Jerusalén! Y el año próximo, el festival de eurovisión. Los israelíes tienen balas para los palestinos y dólares y euros para los europeos. Sería propio de la estupidez del mundo en que vivimos que la tercera guerra mundial estallara mientras discurre en la pantalla del televisor una ristra de melodías inanes y cancioncillas tediosas, con la representación española en los últimos lugares de la clasificación, as usual.