Rebajar la inflamación del conflicto Cataluña-España es el objetivo del nuevo gobierno. Ahora mismo, los dos partes están tan infectadas de sus propias sepsis que el más mínimo roce ocasionaría un dolor insoportable a ambos. Preparativos, pues, para el enésimo abrazodevergara, que, como sabemos, sigue rutinariamente a la enésima guerra carlista, el mal crónico del moderno estado español. Desde hace dos siglos, cada alteración del equilibrio político o cada mutación económica provoca un levantamiento carlista. Hace cuarenta años, fue la transición al régimen democrático la que empujó al monte a los vascos; hace una década ha sido la crisis económica la que echó a la calle a los catalanes. En todos los casos, desde Zumalacárregui, el mecanismo es el mismo: una oligarquía local que maneja los hilos del movimiento cuando ve amenazado su estatus y una masa menestral que parece estar esperando al calor de la chimenea del hogar a ser llamada para servir a la causa. Las consignas varían y los argumentos también pero el juego es el mismo. En esta remota provincia subpirenaica, nadie quiere acordarse de la sublevación popular y armada a favor de Franco y contra la República, pero los nietos de aquellos carlistas son ahora patriotas (abertzales), como si los demás fueran alienígenas. Abuelos y nietos han perdido sus respectivas guerras pero sin abandonar por eso la azogada vocación de incordiar a todo cristo.
Para los que no son carlistas de ninguna clase, esta eclosión periódica de emociones produce una doble perplejidad. No entienden qué beneficio real -los imaginarios son innumerables- se espera de la asonada y cómo sus impulsores no comprenden que está condenada al fracaso, lo cual es obvio para los demás. Consúltese el relato insuperablemente claro que hace Sandrine Morel, corresponsal de Le Monde en España, en En el huracán catalán. Una mirada privilegiada al laberinto del procés. Las miradas extranjeras nos son necesarias porque nos ven desnudos y no hay nadie más aficionado al disfraz que los españoles cuando salen a la plaza pública. El abrazodevergara que viene también seguirá una pauta previsible. Las elites levantiscas acatarán la constitución, con alguna reserva mental necesaria para reiniciar el proceso cuando toque de nuevo, a cambio de conservar su estatus, y los ejércitos de paisanos que les han seguido serán desmovilizados y devueltos a sus quehaceres privados. No será un proceso lineal ni rápido. De ahí la necesidad de rebajar la inflamación, que ya veremos lo que dura. De momento, ayer se manifestaron en esta ciudad varias decenas de miles de personas para pedir amnistía para los muchachos de Alsasua, protagonistas del último y leve episodio de la carlistada vasca, y, ya de paso, también para los dirigentes catalanes encarcelados. La palabra amnistía no se usó, pero estaba implícita en la demanda. Borrón y cuenta nueva. Y vuelta a empezar.