Este término ha adquirido vigencia en el lenguaje diario para designar un encuentro acordado a través de las redes sociales en el seno de un grupo de gustos o intereses afines. En este uso reciente connota una acción simpática pero en la era anterior a internet quedada significaba una propuesta o convocatoria falsa, una especie de broma de mal gusto a la que se respondía no te quedes conmigo y que guarda analogía con la tercera acepción que el diccionario rae da a la palabra: golpe flojo que se da a la pelota para que no vaya lejos. En una quedada parece que se impulsa el juego pero en realidad se estanca. Los nuevos partidos políticos son quedadas. Su creación y puesta en marcha vienen precedidas de una intensa actividad comunicacional y organizativa a través de internet pero cuando el objetivo electoral se ha conseguido una suerte de estupor invade a los quedados: no hay programa, no hay cuadros, no hay militantes y, en último extremo, no hay motivos para tomar decisiones. Podemos es una quedada. En marche, el conglomerado que ha promovido a monsieur Macron a la presidencia de la república francesa es otra quedada.
Dos rasgos caracterizan la quedada: el desconcierto del interlocutor o adversario y la posesión de la iniciativa en manos del promotor. Don Iglesias ha dirigido su partido y las crisis que se ha encontrado en el camino, incluido el marrón de su chalé particular, a golpe de quedadas. Monsieur Macron ha desbaratado el sistema representativo francés y está en medio de la cancha con la pelota a los pies esperando a que el público que llena las gradas le diga lo que hay que hacer. ¿Populismo? La apariencia liviana de las quedadas no debiera engañarnos porque son letales para el antiguo régimen en el que aún asentamos las posaderas. Dos ejemplos en ámbitos solo aparentemente alejados: uno, las quedadas de uber y cabify están demoliendo el viejo tinglado corporativo del taxi, y dos, cuando el pepé ha querido reaccionar a su crisis de liderazgo activando los herrumbrosos y amañados mecanismos de participación interna ha descubierto que la estructura estaba en ruinas y del parto ha salido un chisgarabís flanqueado por un concilio de momias políticas. A medida que los peperos dejen de relacionarse con las nuevas tecnologías a martillazo limpio terminarán convertidos en una quedada.
Internet es una democracia hiperventilada que conduce al monopolio económico y al despotismo político. En su funcionamiento lleva ínsita la servidumbre voluntaria (de los usuarios, es decir, de la ciudadanía) que anunció La Boétie cuando los mensajes se escribían con pluma de ganso en papel de barba y las noticias viajaban en diligencia. El quid de nuestra época es el espacio, sustituido ahora por el mapa del espacio, como en el cuento de Borges. Antes de google maps, la gente habitaba un lugar físico, que determinaba el marco de su imaginación y de la razón política, y la sociedad se organizaba de acuerdo con los intereses materiales de clase que definían el eje derecha/izquierda, paradigma del sistema democrático desde la revolución francesa hasta ayer mismo y que acaba de ser abolido. La globalización ha dado al espacio una dimensión inabarcable, así que no hay manera de tener la certeza de qué o quién está a la derecha o a la izquierda. Podemos quiere sustituir este eje tradicional por el de arriba/abajo y En marche quiere anegarlo con el gran centro, y ninguno de los dos encuentra el modo de hacer operativo su invento. Los primeros porque todos estamos debajo de unos y encima de otros y no hay manera de establecer la línea de corte, y el segundo porque el centro pierde sentido cuando se convierte en un concepto tumoral que aniquila todo lo que hay vivo a derecha e izquierda. Esto quizá explique por qué la salud política ha sido sustituida por los espasmos febriles de las quedadas.