Dos mujeres indígenas han ganado sendos escaños en el congreso usa. El envés de la destacada noticia nos dice que el resto de escaños está ocupado por forasteros o, como se dice ahora, migrantes. Indígena significa originario del país pero en el habla común de los países colonizadores el término arrastra una connotación oscura, de algo oculto y prescindible cuando no objeto de odio y susceptible de exterminio. En la jerga de la hispanidad de don Casado, a los indígenas los llamamos indios, lo que a la connotación despectiva se añade que su etimología es fruto de un equívoco del gran almirante. Así son las palabras que parecen guiarnos: resultado de un error de lectura del mapa. Las dos congresistas son pecios del naufragio forzado de sus gentes, que emergen ahora a la superficie y lanzan un mensaje de esperanza a todos. Nuestras democracias quieren ser justas, igualitarias y solidarias y así lo pregonamos por el mundo, pero la historia en la que bebemos y de la que no podemos apartarnos está trufada de saqueadores, bucaneros y eventuales genocidas al mando; cualquiera puede comprobarlo en un manual de historia que no sea el que estudió, si lo estudió, don Casado. La revolución de Trump consiste en el retorno al presente de esos personajes terribles y lo que representaron. Para demostrarlo, el migrante Trump ha movilizado al ejército, formado por hijos y nietos de migrantes, para detener, preferiblemente a tiros, la menguada caravana de indígenas centroamericanos que se dirige a la frontera sur del país, ya veremos con qué resultado.
La escritora afroamericana Toni Morrison lo explica así (El origen de los otros, ed. Lumen, 2018):
Dejando a un lado el apogeo de la trata de esclavos en el siglo xix, en ningún momento de la historia han sido tan intensos los movimientos de población generalizados como en la segunda mitad del siglo xx y el inicio del xxi. Son desplazamientos de trabajadores, intelectuales, refugiados y migrantes que cruzan océanos y continentes, que llegan a las oficinas de inmigración o en embarcaciones endebles, y que hablan en muchas lenguas de comercio, de intervención política, de persecución, guerra, violencia y pobreza (…) Buena parte de ese éxodo puede describirse como el viaje de los colonizados hasta la sede de los colonizadores, como si, por así decirlo, los esclavos se marcharan de la plantación a la casa del hacendado.
Estamos, pues, ante un efecto bumerán, ese ingenioso artefacto que vuelve al lugar de partida después de cumplir su función con mínimo coste energético y máxima sostenibilidad ecológica, y que, como sabemos, es invento de los indígenas o aborígenes australianos, los más rudos salvajes de los que podamos tener noticia, en palabras del antropólogo James George Frazer formuladas en el apogeo del colonialismo británico.