Lo cuenta un tertuliano de la tele, como si fuera un chiste. El presidente del gobierno, don Sánchez, saluda al nuevo presidente del superbanco bebeuveá, don Torres Vila, con quien coincide en algún encuentro en las nubes. Cuando se llega arriba todo son líos, le dice Sánchez, muy campechano. Un saludo amable, cómplice, de camaradas. Don Sánchez y don Torres son nuevos en sus respectivos empleos en la cúspide de sendas pirámides en las que se han incubado durante décadas toneladas de corrupción y desmanes de toda clase. Ambos lo entienden, sienten el temblor del andamiaje que los sostiene y la inercia del cargo les lleva a buscarse, a apoyarse, a cuidarse mutuamente. La colusión de intereses entre la banca y el gobierno es la clave del arco del sistema. De hecho, don Sánchez y don Torres están donde están para renovar el pacto entre el poder político y el poder económico después de una turbulenta etapa que ha fundido a sus predecesores. Para los dos, la primera misión es realizar la transición de sus respectivas áreas de competencia sin rupturas (marcaespaña).

El comentario del tertuliano era una introducción ligera al tema de debate que nadie duda en calificar de escandaloso y muy grave. Gravísimo. La (presunta) contratación del comisario Villarejo  por parte del anterior presidente del bebeuveá, don Pancho González, para espiar a financieros y políticos a fin de abortar una operación destinada a desalojarle de la poltrona. El diario de referencia ha dedicado a este asunto sesudos reportajes bajo el título de La gran chapuza, como si estas operaciones de arrebatacapas fueran honorables si se hicieran como dios manda.  Tenemos una empresa constructora que posee menos del cinco por ciento del capital del banco y cuyos propietarios y asociados han decidido hacerse con la mayoría en el consejo de administración de la entidad financiera. Los reportajes no terminan de explicar cómo podría cerrarse la operación en términos legales y de participación económica pero dan noticia de innumerables visitas de ida y vuelta de empresarios y banqueros a ministros y asesores del gobierno de turno, en este caso el del socialista don Zapatero. Unos banqueros son del pepé, otros del pesoe, y todos buscan en sus amigos políticos, que ocupan las poltronas gubernamentales, una caución para sus propósitos.  ¿Es esto un saqueo? No, es el mercado, amigo, como proclamó en ocasión memorable y en sede parlamentaria el mejor ministro de economía de la democracia española, ahora en prisión. El negocio del comisario Villarejo consistía en mejorar la posición de su cliente en el funcionamiento de este mercado formado por no más que unas docenas de operadores, porque ¿cuántos ciudadanos de este país están en la cúpula de un banco o en la poltrona de un ministerio? En este empeño, el tal Villajero tenía a todos bajo lupa y la audición de una sola de las cintas que grabó de sus conversaciones ofrece más información sobre el funcionamiento del país que todos los másteres de las universidades españolas.  A este tenebroso asunto califica don Sánchez de líos cuando estás arriba. Este Sánchez viene aprendido.