La palabra cambio -acción o efecto de cambiar- tiene en el diccionario rae un significado completamente neutro y despojado de cualquier connotación o valor. Es una palabra deprimente, que refiere el oxímoron de una hiperactividad destinada a preservar la quietud; una agitación febril en busca del equilibrio absoluto. No en vano, a los cabildeos en el reparto del poder postelectoral le llaman ‘cambio de cromos’.
Todo el poder para el jefe
El espectáculo delata a demasiados actores interpretando una obra que no entienden, en un escenario que no conocen, pero este caos no justifica que el actor principal amague con echar el telón y empezar de nuevo la función. Ya basta de confundir despotismo y democracia.
Restauración
Don Sánchez asiste a este pedrisco a cubierto en su despacho presidencial en la Moncloa y espera de sus hipotéticos aliados que no le obliguen a salir a la calle sin paraguas mientras con su silencio intenta tranquilizar a sus adversarios. El lema implícito de este momento histórico es: Pedro Sánchez es lo menos malo que nos puede ocurrir a todos.
Misión cumplida
Vivimos un momento paradójico, para decirlo suavemente. La propaganda oficial y la opinión dominante excitan la participación electoral como respuesta a una difusa amenaza de la tiranía pero al mismo tiempo ninguno de los verdaderos desafíos de la sociedad se resolverán por los resultados de las urnas.
Una ranura muy angosta
Las urnas están ahí para recibir el voto, donde el elector ha sintetizado sus cavilaciones, deseos y manías, pero al mismo tiempo, la naturaleza hermética del artefacto advierte que todo ese complejo destilado de la conciencia no cabe por la ranura. El ciudadano se deja el pelaje que le identifica en la gatera, o dicho de otro modo, abdica de su ciudadanía en el voto.