En los meses que han precedido a las elecciones del pasado domingo, la sombra del padre ha tenido un papel determinante sobre la deriva de los líderes de los primeros partidos. Los medios de comunicación sacaban a las momias de sus opulentos sarcófagos para que agitaran el espectáculo y los zombis aceptaban de inmediato la invitación.
La sombra del peluquero
Hay pocas dudas de que el miedo a la barbarie ha sido el gran motor de la alta participación en las elecciones. La mayoría ha votado a favor de dos términos diríase que anacrónicos: estabilidad y progreso.
El guardián entre las papeletas
La democracia se ve de otro modo, digamos, menos entusiástico, si su funcionamiento exige a un ciudadano, que ya no está para trotes, pasar dieciséis horas de su preciado y fugaz tiempo, sin descanso ni más pitanza que la pueda pillar al albur de circunstancias tan adversas, aposentado en una silla escolar ante una mesa con dos urnas.
Examen de ingenios
Nada hay más fugaz en la memoria que un debate electoral. En ausencia de mensajes que impacten en la razón o de controversias que despierten la curiosidad o la emoción, lo que queda es la imagen estereotipada de cuatro individuos monótonamente iguales a sí mismos. Levantado el telón y encendidas las candilejas, el espectáculo ofrece la visión de cuatro senderistas en el casquete polar que avanzan por itinerarios paralelos en tiempos del calentamiento global.
El general que plagiaba la estrategia
La máquina del estado sigue funcionando y de nuevo es hora de prepararse para ocuparla. Este domingo se inicia, no ya la fiesta de la democracia sino una feria que proporcionará festejos –y puestos oficiales- de aquí al verano, y los partidos necesitan candidatos.