Bien está lo que bien acaba. El dicho popular, como todos los del refranero, está tiznado del fatalismo de quienes saben que en este país de cabreros, que dijo el poeta, todo cuesta más de lo que debiera. Más dinero, más tiempo, más esfuerzo, más paciencia.
El partido de los viejos
La orquesta mediática está dedicada hoy, inevitablemente, a afinar la melodía que arrojaron ayer las urnas. Bagatelas. El escribidor, que cumplió setenta el día víspera de las elecciones y dedicó la jornada a reflexiones más melancólicas que las que prometían los comicios, tiene una hipótesis que quizá valiera la pena que se contrastase, a saber: las elecciones las han ganado los partidos de los viejos.
La cabeza bajo el ala
En los albores de la fotografía, los modelos tenían que permanecer inmóviles hasta que la imagen se estampaba en la placa. El tiempo de exposición para documentar la realidad era largo. Hoy, no solo es instantáneo sino apriorístico. Facebook lo sabe todo de nosotros por nuestras pulsiones apenas conscientes sobre la pantallita del móvil y nosotros podemos saber cómo funcionará un gobernante mucho antes de que gobierne.
Los sonrientes
De nuevo en campaña, o precampaña o como quiera que se diga. En realidad hace meses que no hemos salido de este bucle en el que los políticos hacen como que dicen algo y el público hace como que les escucha. Este teatro de los idiotas amenaza con convertirse en una condena a perpetuidad. Las elecciones han perdido toda la importancia que les daba su carácter pautado y están a punto de perder su funcionalidad, que es formar gobierno.
Se odian
El odio es una palabra proscrita en este tiempo de mojigatería retórica pero no hay otra manera de decirlo: don Sánchez y don Iglesias se odian. Se odian tanto que el mundo real desaparece tras el ciego impulso de destruir al otro que los embarga a los dos cuando están frente a frente. Por supuesto, el odio es un sentimiento que no puede explicarse.