Si se celebrara uno de esos referendos al que nos hemos vuelto tan aficionados en el que se preguntase a la parroquia qué prefiere, un gobierno de tal o cual color o una economía que funcione, cuestiones que son indendientes una de la otra, adivinen por qué se inclinaría el buen pueblo. Hay pruebas empíricas de cuál sería la respuesta.
El jardín de las delicias
Cada uno de ellos odia al otro con una intensidad fraternal que no tiene parangón respecto a otras fuerzas del mapa político, hasta el punto de que el primero no ha dudado en exhibir su desdén por el segundo y a este le ha faltado tiempo para airear las miserias del primero. ¿Esperan que alguien olvide y les perdone el espectáculo? Lo cierto es que ni la utopía de fibra óptica de don Pedro ni el voluntarismo leninista de don Pablo tienen votos suficientes, ni juntos ni por separado, para formar un gobierno estable.
Perder el tiempo
Las elecciones también pueden adaptarse a una concepción cíclica en la que el pueblo vota una y otra vez y otra, incansablemente, y otra más, y en cada votación muda la composición de fuerzas, los colores del parlamento, los organismos que lo habitan, etcétera, sin que la rueda detenga su movimiento circular sin fin.
El retorno de la ideología, 2
En los dos lances electorales en los que ha medido sus fuerzas, el resultado del pesoe ha sido ambiguo. En las generales pareció captar un deseo generalizado de tranquilidad y buen gobierno después de la insufrible corrupción de la derecha y de la sacudida catalana, y lo consiguió en precario, pero en las autonómicas y municipales no ha podido dominar el avispero de ambiciones locales en que se ha convertido el multipartidismo.
Todo el poder para el jefe
El espectáculo delata a demasiados actores interpretando una obra que no entienden, en un escenario que no conocen, pero este caos no justifica que el actor principal amague con echar el telón y empezar de nuevo la función. Ya basta de confundir despotismo y democracia.