Copichuela prenavideña de amiguetes. La conversación va dando tumbos por el espacio y el tiempo sin más sentido que testimoniar que los contertulios aún están vivos. Uno de ellos está enfrascado en la lectura de autores latinos de los primeros siglos de la era cristiana –las manías y ocupaciones de los jubilados son de una variedad asombrosa y mareante- y la conversación merodea el concilio de Nicea. Pocas bromas con el siglo IV, que ha sido uno de los más fértiles, febriles y fascinantes de la historia  que habitamos. En aquella reunión de obispos en la ciudad turca que hoy se llama Iznik, celebrada bajo el manto protector del emperador Constantino, el cristianismo dejó de ser un paisaje en la niebla de mareas y confluencias para convertirse en una rutilante organización centralizada, piramidal e irrevocable. Un poder terrenal. Y qué poder, a la vista de lo que vino después. Las conexiones mnemotécnicas  de los vejetes son imprevisibles y uno de ellos menciona el próximo concilio de Vista Alegre II. En Nicea entonces, como en Vista Alegre dentro de unas semanas, los reunidos tenían que encontrar un fundamento doctrinal que diera legitimidad a la autoridad del jefe y cohesión a la organización, y, en la práctica, había que erradicar las herejías. La de la época era el arrianismo y tenía que ver con la relación entre el judío crucificado en Palestina, e inspirador del movimiento, con el dios monoteísta que gobernaba el mundo: ¿era el cristo un delegado divino?, ¿una divinidad subalterna?, ¿lo había creado dios para que lo representara?, ¿es su hijo y por lo tanto vino después del padre? Los obispos estaban lejos de tener una respuesta consensuada, como se dice ahora, y el debate doctrinal fue tan abstruso, por lo menos, como el que se traen ahora los podemitas: ¿es el líder de podemos hijo del movimiento del quince-eme?,  ¿un delegado de la gente?, ¿una emanación de los círculos o ecclesias locales?  En el siglo IV no había twitter y los mensajes de la polémica tenían un robusto carácter físico, donde casi cualquier argumento estaba permitido. Uno de los obispos a la greña se levantó los faldones de la túnica y orinó copiosamente sobre su adversario. Lo que se dirimía en Nicea, ya lo habrán advertido, era una cuestión de poder envuelta en un galimatías lingüístico y aquí los delegados de las iglesias orientales, más versados que los bárbaros occidentales en los tejemanejes de la filosofía y de la retórica por su origen griego, llevaban ventaja y fue un obispo oriental, Atanasio de Alejandría, el que dio con la palabra mágica: homoousios, consubstancial, el hijo es consubstancial al padre. Este hallazgo lingüístico que parece una chorrada, y en realidad lo es, ha sido el basamento de un tinglado que, por ahora, dura casi dos milenios. Así que, ¿por qué no aplicarlo en Vista Alegre? El líder de podemos es homoousios, consubstancial a la gente de la que emana todo poder y toda fuerza. Luego está el asunto de qué hacer con los herejes. Los errejonistas. Repitan la palabra tres o cuatro veces para sí y no podrán sacudirse la certeza de que suena a arrianista, como hace tres décadas sonaba guerrista, sin duda por la rasposa coincidencia fonética de la doble erre en los nombres, pero ¿por qué desconfiar de la musica de las palabras, aunque sea chirriante, cuando está probada su capacidad de arrastre entre los fieles? Los vejetes de la tertulia se complacen en comprobar que la nueva política nació hace dieciséis y pico siglos  porque da la razón a la veteranía, que es lo único que poseen, pero hace rato que no prestan atención a estas disquisiciones, un tantico delirantes. Se disponen a levantar la reunión y brindan por el año ido, otro más de vida, pródigo en esperanzas y decepciones, como todos.

P.S. Está bitácora permanecerá inerte hasta el año que viene y se reanudará, si no hay causa mayor, el 3 de enero. El autor quiere dar las gracias a sus tenaces seguidores y a menudo inspiradores de los textos, también amigos y amigas, y desearles la mejor vida posible en lo que nos queda, empezando por mañana mismo.