El procedimiento judicial tiene un gran predicamento entre el crimen organizado, no tanto, claro, por la función reparadora de la justicia, sino porque constriñe, marea, retuerce, trocea y dilata el continuo de la realidad hasta presentarla como un hecho irreconocible, amén de  recurrible ante instancia superior, y luego otra, y otra, hasta que la causa queda sepultada en el olvido. Cuando la sentencia es por fin firme, algún pringadillo se come el marrón pero la estructura delictiva permanece intacta y potencialmente reutilizable, y sus beneficiarios quedan para volver al negocio en cuanto se dé la oportunidad.  Pleitos tengas y los ganes, la famosa maldición gitana, es agua bendita para quien, como don Rajoy, surfea como un pez sobre el oleaje del procedimiento forense. Esta mañana, como era previsible, ha sorteado las preguntas de la legión de abogados que se aprestaban a acosarle y ha conseguido el triple objetivo que se había propuesto: uno, no ayudar a la justicia en el esclarecimiento de la corrupción de su partido; dos, hacerse con el mando de los interrogatorios e inyectar así una nueva dosis de optimismo a sus atribulados partidarios, y tres, evidenciar por enésima vez la impotencia de la oposición, que se ha apresurado a exhibirse como el gallinero que es, cacareando cada cual su ocurrencia a picotazo limpio con el otro.

Don Rajoy no ha salido de la sala de audiencias a hombros porque no es partidario del énfasis, pero, en términos deportivos puede decirse que ha conseguido un honroso empate, tal como se presentaba el partido: Corrupción, 0 – Rajoy, 0. Incluso ha burlado a los que aventuraron que iba a entrar en la audiencia bajo palio y lo ha hecho como más cuadra a su estilo, por la puerta de atrás, como si el asunto ese que se trata en sede judicial y del que usted me habla no fuera con él. Un mensaje a cuya comprensión ha ayudado la disposición ad hoc del escenario de la sala de audiencias, en la que se ha evitado que el augusto testigo  fuera televisado sobre el fondo de la cuerda de presuntos corruptos que se sienta en el banquillo de los acusados. Las epifanías defraudan siempre a unos y a otros porque no colman las expectativas de nadie y así ha ocurrido en la comparecencia del presidente del gobierno. Lo que hoy se ha trasladado rutinariamente a sede judicial es el estupor, el malestar y la ira que produce la exhibición de la lacra de la corrupción y el malgobierno, al parecer inerradicables.