El terrorismo es una práctica grandilocuente que nada cambia. Unas horas de lágrimas, un puñado de emociones desatadas, una cierta trepidación mediática y ya está. El atentado ni siquiera araña el muro de la fortaleza en la que vivimos y paseamos y cultivamos nuestras lechugas y nuestras manías. Quince o dieciséis muertos, algunas docenas de heridos; menos que en un mal fin de semana en la carretera. En resumen, unos pocos cientos de individuos de aquí y de allá que salen del lance rotos, tundidos y traumatizados y que tendrán que lamerse las heridas en silencio hasta el fin de sus días. El terrorismo, como el cambio climático, es una amenaza global, que es la más inocua de las amenazas pues a nadie puede atribuirse y a nadie en especial concierne ponerle remedio. Otra cosa son los conflictos tribales en los que verdaderamente somos competentes. Los contendientes esperan con impaciencia el fin del duelo por causa mayor sobrevenida para reiniciar la pelea. Es como si estar vivo fuera un incordio mientras también siga vivo el de enfrente. Aquí ni siquiera esperamos al término del sepelio para mostrar las banderas y los dientes. El jefe de la policía, elevado durante los días de la emergencia al plinto de héroe cívico, muestra de vuelta al despacho que es también un guerrero político. Esta es una guerrita fina y con mucho papeleo y aún no han empezado a marchitarse las flores del memorial de las Ramblas cuando se presenta otro papel: la ley fundacional de la república independiente de mi casa. El texto no se registra oficialmente, por ahora, ni se debate ni menos se aprueba, cada cosa a su tiempo, pero se muestra al público. Otra bandera que ondea al viento. La desconexión no puede ocultar el fraude casi infantil que trae consigo. La república, libre de toda opresión histórica, asumirá la hacienda y la justicia, mantendrá la población mediante la concesión automática de la doble nacionalidad a todos los vecinos y tendrá o no ejército según lo decidan los constituyentes. Es decir, todo seguirá igual excepto que una nueva elite se hará con los mandos del tinglado y, por supuesto, amnistiará a los suyos, como prevé la ley y se deduce de la lógica de las cosas. ¡A los corruptos, no!, se oye al fondo la voz de los fraticcelli. ¿Alguien se cree en una república que no amnistíe a don Pujol y a don Mas, con todo lo que les debemos por habernos traído hasta la tierra prometida? Al otro lado del muro reciben el mensaje como quien oye llover. Don Rajoy y don Sánchez, dos estafermos que se mueven a impulsos externos, se reúnen para escenificar la unidad ante el separatismo, sin más que decir, como si los catalanes no fueran ciudadanos españoles o estuvieran en cuarentena por rubéola soberanista. El choque de trenes lleva camino de convertirse en otra amenaza atmosférica, como el terrorismo global y el cambio climático. Nadie sabe qué significa hasta que te pilla debajo.
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