Don Rajoy lleva camino de convertirse en un líder providencial; uno de esos a los que tan aficionados somos por estas latitudes, que surge en tiempo de crisis y declina décadas después cuando la mera biología lo demanda y nadie recuerda sus orígenes y la sociedad bajo su férula lo ha aceptado como un hecho atmosférico. Nuestro personaje emergió en un tiempo de crisis -de la economía, de la monarquía, del sistemas de partidos,  del poder territorial, de la sociedad azotada por el desempleo- y posee, además de un excepcional conocimiento táctico del terreno y del paisanaje que lo habita, las dos cualidades básicas para el papel: creer de sí mismo que está llamado al destino de salvador de la patria y caer antipático a todo el mundo. A más chistes, memes, zascas, chascarrillos y apariciones en el programa de Wyoming, más segura y duradera será su permanencia en la poltrona a la que los votos de una minoría y la torpeza de todos los demás le han encaramado. Los menores de cuarenta años no quieren entenderlo porque tienen una idea del régimen como un videojuego que sus padres no saben manejar, pero nuestra generación sí entiende la existencia de este troll porque ya conocimos un precedente. Nos resulta familiar, y para una buena porción de esta cohorte de edad, incluso deseable. ¿Cómo funciona este artefacto al que llamamos don Rajoy? Veamos dos ejemplos.

En este momento nuestro personaje está enfrascado en una partida de ajedrez con un aspirante novato a líder providencial, don Puigdemont. El tablero y las fichas del juego están ocultos, así que los cuarenta millones de espectadores hemos de seguir la partida por las exclamaciones y conjeturas de analistas y opinantes, que no niegan su ignorancia de lo que está ocurriendo. Lo que sí conocemos es el argumento central de cada jugador. Don Puigdemont dice jugar en nombre de la democracia; don Rajoy, en nombre de la ley. Bien, ganará el segundo porque entre nosotros la ley es anterior a la democracia. Podemos vivir sin democracia pero no sin ley, es la máxima que guía al líder providencial, y, de hecho, en este país siempre ha habido ley y muy pocas veces democracia. Los viejos del lugar, que lo saben, ya están tanteando iniciativas para minimizar los efectos del final de la partida.

Segundo ejemplo. La chavalería de ciudadanos ha presentado una proposición  para limitar a dos los mandatos del presidente del gobierno, es decir, para placar a don Rajoy en plena carrera. Es una iniciativa estéril, como sabemos todos, porque el partido del aludido no la apoyará a pesar de que está en el pacto de gobierno que firmó con los proponentes. Y si, por una carambola parlamentaria, la proposición se aprobara, don Rajoy la impugnará ante el tribunal constitucional, que es el congelador industrial de nuestro sistema político. Si antes que la democracia está la ley, antes que la ley está la auctoritas del líder providencial. Don Rajoy ostenta también otra condición sine qua non para encarnar este destino histórico. Los líderes providenciales surgen del nivel superior del cuerpo de funcionarios del estado al que pertenecen. El precedente fue general del ejército antes de ascender a ísimo; este que nos ocupa, propio de un periodo menos belicoso, es registrador de la propiedad antes de convertirse en Rajoy para rato.