El debate que ha tenido lugar hoy en el parlamento catalán ha sido democrático, y creo que lo puedo decir con la modesta autoridad que da el hecho de haber asistido durante más de veinte años a debates parlamentarios ratoneros y prolijos que sin embargo son los que han legitimado el funcionamiento del sistema. En el parlament ha habido pasión, divergencias, libertad de palabra y argumentos en pos de objetivos políticos. ¿Qué otra cosa es un debate parlamentario? Claro que ha carecido de épica y se ha parecido bastante a lo que se entiende por un barullo. La cercanía a los modos como se ejecuta la política lleva siempre a la decepción. El pueblo está mal educado por sus elites con palabras altisonantes, unanimidades fingidas y relumbrón ceremonial, que desaparecen cuando se acerca la lupa al funcionamiento de las instituciones y los argumentos resultan técnicos y oportunistas. Los partidos de la exigua mayoría independentista han intentado colar de matute la ley que abriría el paso al referéndum y se han encontrado con la previsible oposición de los adversarios del prusés. Unos y otros esperaban el resultado, autorreferencial para ambas partes: la mitad aplaudiéndose y la otra mitad ausentándose.  Blancas y negras. Lo que se juega en Cataluña es una partida de ajedrez, que está ya en los últimos movimientos y en la que los que saben ya han atisbado el final y están atentos a la próxima fase del campeonato. Pero, por ahora, declaraciones oficiales y opiniones de comentaristas se atienen al guión del día. La opinión más repetida en el bando anticatalanista es que la sesión parlamentaria de hoy ha sido una patada a la democracia por el intento de los soberanistas de que la ley se aprobara sin debate, pero a nadie se le ha ocurrido cotejarla con el procedimiento que llevó a la modificación del artículo 135 de la constitución, pactada en la opacidad más absoluta hace seis años por pesoe y pepé, a demanda de una autoridad exógena y para entregar la soberanía fiscal del estado atada de pies y manos a los mercados. A ningún necio se le ocurrió entonces comparar el régimen español con el de Maduro, como ha hecho hoy un opinante televisivo con Cataluña. ¿Qué sería de nuestra autoestima política si no existiera ese país mítico y tenebroso al que llamamos Venezuela? La coda de la mañana ha sido la comparecencia de doña Sáenz de Santamaría para asegurar a los atribulados españoles que, a pesar de que ha pasado la mayor vergüenza de su vida (¿?), todo está bajo control, por decirlo así. A la señora vice se le da mal la demagogia y se ve que le cuesta expresarse con palabras huecas y, aunque alguna ha proferido para consumo de su parroquia y forzada por las circunstancias, lo suyo es recitar de corrido el procedimiento de impugnación que ejercitará el gobierno central contra las instituciones catalanas y quienes las representan. Entre el fárrago jurídico sí se le ha entendido bien que la democracia ha muerto en Cataluña. ¿Y qué se hace con un cadáver? De momento, perseguir al homicida, que, según ha identificado doña vice es la presidenta de ese parlament, la esforzada y devota doña Forcadell, que puede terminar inhabilitada y quién sabe si en la cárcel. Sería la primera vez que el presidente de un parlamento español es castigado por amañar el procedimiento parlamentario al gusto del gobierno, que representa a la mayoría de la que el mismo presidente forma parte. Pero para todo hay una primera vez, que lo pregunten en Venezuela. En todo caso aún falta mucho postureo y mucho papeleo para que algo verdaderamente significativo ocurra.