País viscoso y malencarado en el que menudean los tipos que injurian a otros so capa de libertad de expresión. Un hábito que tiene entre nosotros una tradición dilatada y ejemplos egregios, y que reverdece en tiempos de incertidumbre, que son casi todos, ahora multiplicados sus efectos por la comunicación digital, la cual favorece otro rasgo de este deporte, el camuflaje del injuriante. El partido del gobierno quiere acabar con el anonimato en las redes. Bien, hágase, a condición de que se sepa que no por eso se librará la plaza pública de la mala baba. Los soportes para el insulto y el ataque personal son innumerables y no necesariamente tecnológicos. Un revistilla, digamos, de una asociación de jueces puede servir a estos efectos. Ahí está un magistrado, émulo de Quevedo, que se ha puesto la capucha del pseudónimo como quien se emboza en la capa y el chambergo y ha bordado unas coplillas vejatorias contra dos diputadas, vale decir, miembros del poder legislativo, a las que atribuye la obtención del escaño a su condición de hetairas del jefe de filas, al que tilda de inconstante para rimar con amante. El poeta muestra un sesgo justiciero, como en las pelis en las que el superhéroe se toma la justicia por su mano, pues de sí dice llamarse El guardabosques de Valsaín. Tal vez, además de poeta, el magistrado sea ecologista pues Valsaín es una bella comarca segoviana al norte de la sierra Guadarrama. En todo caso, la autoinvestidura como guardabosques ya da noticia de su vocación de guardián de la ley y el orden. Quién sabe si el estro que inspira estos versos no le visita cuando ataviado de toga y retrepado en el sitial de la sala de vistas está juzgando a un titiritero o tuitero o rapero por un delito de odio.
El autor de las coplillas se retrata como un reaccionario y un machista, a lo que tiene pleno derecho (don Francisco de Quevedo y Villegas tenía estas cualidades en grado superlativo) y ni siquiera es reprobable que le posea el vicio de versificar, pues hay otros peores. Lo que deja pasmado es que el editor de la revista profesional de una asociación de jueces encuentre pertinente la publicación de estas insultantes deposiciones. ¿Es este el nivel moral y científico de la judicatura? Y, si se trata de un excurso para aligerar el sesudo contenido de la revista, ¿no encuentran entre los colaboradores a alguien que practique un humor menos tabernario? Aunque lo mejor siempre viene al final y en este caso ha sido la explicación de la asociación responsable de la publicación, que piden disculpas si las aludidas se sienten menospreciadas y, por supuesto, no comparten el contenido de la copla. Tranquiliza saberlo, por un momento habíamos pensado que estas letrillas son las que cantan los jueces cuando van al karaoke después de las cenas corporativas de esta benemérita asociación.