En una fotografía doméstica que se guarda en algún cajón, posamos el amigo Conget y quien esto escribe atrapados por la cámara de Maribel Cruzado bajo la gigantesca escultura de la cabeza de Karl Marx, de más de siete metros de altura y catorce toneladas, que se erige en la ciudad alemana de Chemnitz. Es el segundo busto escultórico más grande del mundo, si la wiki no se equivoca. Marx nunca estuvo en Chemnitz que, mientras perteneció a la república oriental de Alemania, se llamó Karl-Marx-Stadt y fue un centro industrial puntero, que, curiosamente, producía para el turismo unas rudimentarias figurillas de madera que en una ocasión anterior a la de la fotografía mencionada trajo Jordi Llorens y se conservan impávidas en un anaquel de la biblioteca, entre otros despojos de la memoria al alcance de la curiosidad de las nietas. La cabeza de Marx en Chemnitz ha sido objeto de innumerables iniciativas de uso simbólico: homenajes serios y humorísticos, ornamentaciones más o menos inspiradas , performances de diverso signo e incluso agresiones. La cabeza parece querer contener el mundo en su interior pero, en realidad, gravita sobre los diminutos humanos y transmite un agobiante sentimiento de gigantismo y pesantez. Es como una versión escultórica del famoso cuento de Borges –Del rigor de la ciencia-en el que los cartógrafos levantan un mapa del imperio del tamaño de éste y que coincide puntualmente con el territorio. Las generaciones siguientes, escribe Borges, entendieron que ese dilatado mapa era inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos. En los desiertos del oeste perduran despedazadas ruinas del mapa, habitadas por animales silvestres y por mendigos.

Vienen a cuento estas divagaciones de que hoy se celebra el bicentenario del nacimiento de Marx y en su ciudad natal de Tréveris o Trier los socialdemócratas han erigido una estatua del autor de El Capital. Dos rasgos identifican este homenaje con el tiempo histórico en que se celebra. El primero es que la escultura se debe a un artista chino y ha sido un regalo de China. En el corazón de la Europa industrial y cuna del movimiento socialista mundial, ha sido necesario importar el icono del homenaje del único país que ha discurrido desde el socialismo marxista más extremo al capitalismo más pujante y eficiente sin ruptura alguna. Un hecho histórico que los socialdemócratas europeos contemplan con la boca abierta y las manos en los bolsillos. Recuérdese el famoso gato negro o blanco que caza ratones, la única consigna que se trajo don González de su periplo chino y que no procede del marxismo, claro. El segundo rasgo del homenaje en Tréveris, congruente con el anterior, han sido los distingos y cautelas contenidos en los discursos: 1) no podemos responsabilizar a Marx de los crímenes cometidos en su nombre; 2) Marx sigue siendo actual y necesario para un orden solidario global; 3) el aniversario debe servir para la reflexión histórica; 4) es necesaria la recuperación de las esencias de su pensamiento, etcétera. Palabras, palabras, palabras. Hagamos algo, para variar. Después de todo, los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. Entre el cabezón de Chemnitz y la trémula efigie de Tréveris se extiende el mapa del reino socialdemócrata europeo, que, como en el cuento de Borges, parece entregado a las inclemencias de la historia.