Memoria de mayodelsesentayocho escrita al alimón por André Glucksmann y su hijo Raphaël. Mezcla de recuerdo y reflexión aliñada con crítica y complacencia en dosis justas para no alterar la melodía del discurso. Pasión por las palabras y por las ideas que las palabras construyen. Glucksmann padre, ya fallecido, fue un soixant-huitard destacado, que no cesa de recordar en el libro su amistad con Rudi Dutschke, Cohn-Bendit y otras reliquias de aquel santoral de nuestra extinta juventud, y que terminó apoyando a Nicolás Sarkozy para la presidencia de la república. El padre explica al hijo esta deriva con el característico cubileteo verbal que identifica el pensamiento post sesentayochista, del que Glucksmann fue un representante egregio. Les nouveaux philosophes son el viajero que llega a la estación muy agitado un minuto después de que el tren haya partido. Mayo del 68 significó, si es que significó algo, el anuncio del fin de la historia, dos décadas antes de que lo confirmara solemnemente al otro lado del Atlántico el sabio Fukuyama. La abolición de la Historia como vector y escenario de la historia significó la entronización del presente continuo, del instante sin futuro, del eterno retorno. Desde entonces, el deseo, la necesidad y la imaginación sustituirán a las viejas y decrépitas condiciones objetivas de la revolución. Las consignas lo proclamaban: bastaba levantar los adoquines de la calle para encontrar la playa; todo y nada estaba permitido puesto que se prohibía prohibir; la imaginación y los delirios que trae consigo estaban llamados a tomar el poder; el realismo consiste el pedir lo imposible, ojo al verbo, pedir ¿a quién?, y por ahí seguido hasta que el general De Gaulle recuperó provisionalmente el mando y ya todo sería provisional desde entonces.
La urgencia y el voluntarismo de aquellas consignas parisinas se reencarnan medio siglo después en una izquierda tan repentina e inesperada como la que afloró en el Barrio Latino: podemos, vamos, somos, ahora, en marea, en común, nombres que no designan un proyecto sino un deseo vehemente, una necesidad sentida, una imaginación desatada: asaltar los cielos. Los mllennials consiguen lo que no pudieron imaginar siquiera los sesentayochistas: colocar setenta diputados en el parlamento. Ahora ya hay una experiencia tangible del final de la historia, ya vivimos en un presente continuo, provocado por la aceleración de los procesos productivos, la precarización del trabajo, la dispersión de los centros de decisión, el vértigo de la economía digital, las fisuras y disfunciones de la democracia representativa (burguesa, se decía antaño), que hacen posible el milagro, quizá.
Y entonces aparece el chalé en la sierra. La vivienda en propiedad es, desde El verdugo de Berlanga, el instrumento de política económica más eficiente inventado nunca para cercenar cualquier anhelo de autonomía y libertad. Un lugar donde establecer a la familia, criar a los hijos, tener un sofá frente al televisor, depender de los bancos, en resumen, aquello por lo que merece la pena hipotecar tu vida, y no digamos la revolución. Si la de aquel mayo parisino se desvaneció en el humo de las bombas lacrimógenas y de los cócteles molotov, a la espera de que los airados protagonistas de aquellos días vinieran a dirigir la sociedad, la revolución española de principio de este siglo desaparece en el txoko de la barbacoa, junto a la piscinita. Está por ver el efecto electoral y político que tendrá el chalé de la pareja Iglesias-Montero -aquí más famosa y mediática que la de Harry y Meghan ( la sociedad del espectáculo también es un fruto del sesenta y ocho)- pero en podemos tienen razones para estar preocupados. La noticia llega después de algunos errores estratégicos de manual, cuando el partido ha perdido gancho en la política nacional y está bloqueado por las demás fuerzas, su discurso flojea (el pensamiento débil, otra herencia sesentayochista) y la organización está falta de cohesión interna. En esta situación, el mensaje del chalé es, dejémonos de asaltar los cielos y empoderar a la gente y hagamos lo de siempre, que esto va para largo.
En la imagen: Mayo del 68 (serie), de Juan José Aquerreta y Pedro Osés. Museo de Navarra
Fantástico!!!!!!!