El día en que don Rajoy fue desalojado de la poltrona –el pasado viernes-, este juguete de jubilado cumplió tres años. No es más que una coincidencia, fatal para don Rajoy y feliz para el escribidor, al que le gustaría creer que existe alguna relación de causa-efecto entre uno y otro acontecimiento. En todo caso, una cierta lasitud que sobreviene después del trabajo hecho ha invadido al escribidor. Esta bitácora ha estado colonizada por la política. Hay cierto fatalismo en las circunstancias que explican este hecho, que no siempre complace al autor porque a veces piensa si no debiera dirigir la atención a otros aspectos de la experiencia susceptibles de interés. Pero, interés ¿hacia qué? Digamos, por ejemplo, ¿a esa jueza de Lugo que engrosaba sus emolumentos oficiando de adivina del tarot? Si la política del país es a menudo un carajal, lo que hay debajo, en la sociedad civil, como dicen los cursis, es el patio de monipodio. El rajoyato, plagado de mangantes y mentirosos, ha tenido el efecto de que nos perdamos el respeto a nosotros mismos, si no individualmente sí como sociedad: más pobres, más desiguales, más fragmentados, más recelosos, más desesperanzados, más cínicos, parece un milagro que el demos haya sobrevivido al tratamiento. Ha sido el paraíso de humoristas, raperos y titiriteros, que han pagado en algunos casos su éxito con la cárcel. Ha sido tal el envilecimiento colectivo que no nos atrevemos ni a reconocerlo.
Pero sobrevivir no necesariamente significa vivir mejor. A menudo, la experiencia pasada sigue con nosotros, como una sombra, y puebla nuestras pesadillas. En este caso, hay razones objetivas para que sea así. El nuevo gobierno lo es de chiripa; el partido que lo sostiene viene de una larga sucesión de derrotas, algunas autoinfligidas; las fuerzas que lo han aupado forman un mosaico disparejo; el rajoyato conserva intacta su fuerza parlamentaria y, en la sociedad, los grupos de interés que lo sostienen, aunque quizá no así su lecho electoral; la tutela de los mercados sobre la economía permanece intacta; el marco europeo que nos sirve de trinchera y coartada está en crisis, y nada sabemos de la composición del gobierno, del programa ni de los objetivos de don Sánchez. Uno de los rasgos de la política post crisis es el carácter mesiánico y cesarista de los líderes. En este sentido, Sánchez parece literalmente Moisés, salvado primero de una degollina y después del exilio al que le empujaba la corriente del río. Pero, si se fuerza este carisma más allá de lo que dicta la realidad puede ser letal, como le ha ocurrido a don Rajoy, otro que parecía el Moisés viejo que baja del Sinaí cabreado porque los españoles no cumplíamos el mandato de los mercados, pero que no entrará en la tierra prometida al frente de los suyos. Tiempo circular. Estamos otra vez al principio del éxodo; nos hemos librado del faraón y nos espera el desierto. Que sea para bien.