Los dos son jóvenes, de fina figura y cara aniñada, procedencia social bienestante, cultivados a su particular modo y engreídos en el rol que se han autoasignado. Los dos arrastran tras de sí una estela de seguidores exaltados, y en ambos arde el fuego del fanatismo y la ausencia de compasión. Don Valtonyk el músico y don Cantera Montenegro prior de los benedictinos de Cuelgamuros son dos personajes excéntricos, anecdóticos si se quiere, pero ineludibles, que señalan cada uno un norte en la brújula desnortada del país. La desequilibrada balanza de la justicia ha convertido al primero en un villano proscrito y al segundo en el guardián de las esencias, papeles muy viejos y repetitivos en nuestra comedia histórica. Las letrillas del primero no contienen más alabanzas al terrorismo que los sermones del segundo. La descarnada brutalidad del rapero no es más insoportable que la absorta melosidad del fray, y, si ponen los mensajes de uno y de otro en su contexto, podemos ver a su través el mismo campo de muerte, aunque es verdad que la sangre que pregona el rapero está más fresca que la que custodia el fray. Diríase que esta historia es una contienda civil interminable en la que la única esperanza que queda es que se seque la sangre sin removerla, no vaya a ser que nos posea de nuevo la niebla del crimen.
Podemos imaginar a este par de pájaros – el rapero y el fray- tres o cuatro décadas más tarde, peleando contra la falta de memoria en una plácida y entrecortada charleta a la sombra de un manzano, como la que escenifican Germán y José en el nonato vídeo con que se pretende, o pretendía, pues no sabemos si la inciativa está vigente, recordar el cuadragésimo aniversario de la constitución. O como ahora mismo don González y don Aznar, otros dos polos opuestos que aspiran a fundirse en uno antes de desaparecer del firmamento de la historia, y que han celebrado la mencionada efeméride en un acto de autobombo fraterno organizado por el antiguo periódico de referencia. Los dos encantados de haberse conocido, sentenciosos, desdeñosos, acostumbrados a que les aplaudan la entrada en cualquier foro y seguros de estar en una zona de confort. La admirada periodista Soledad Gallego-Díaz no pudo encauzar el gorjeo de egos parlantes para los que la principal virtualidad de la democracia fue que uno y otro se alternaron en la poltrona. Clave binaria para interpretar la historia y la actualidad; todo indica que podremos superar la acritud que representan el rapero y el fray, pero ¿para caer en el sopor complacido de González y Aznar devenidos Tweedledum y Tweedledee en el país de las maravillas del llamado régimen del setenta y ocho? La pregunta, por ahora, no tiene respuesta.