Tiempo de paradojas. En medio de la crisis del capitalismo más grave que se recuerda desde hace un siglo, el capital gana por goleada. En época de apología de la democracia directa, no hay institución más quebradiza que el referéndum (los podemistas debieran tomar nota). Nadie sabe a ciencia cierta lo que pasa por la cabeza de la gente, y lo que es peor, muy pocos saben lo que les conviene. No tienen modo de discernir entre el deseo y la necesidad. Pon una urna y saldrá Godzilla. Pertenezco al grupo de los que creían que el bréxit eran tan descabellado que se resolvería mediante un enjuague –la unioneuropea es la caja de los enjuagues- que cubriría la ruptura formal y salvaría la honrilla de ambas partes. Un bréxit con la puerta entornada y el tiempo resolverá lo demás. Pero no parece que vaya a ser así. Por primera vez se nos ha hecho saber que los cuatro pilares de la unión (libertad de circulación de bienes, personas, servicios y capitales) son como las tablas del Sinaí y los británicos están acojonados ante la devastación que se avecina. ¿Quién iba a imaginar que el mamoneo de las subvenciones, erasmus, paraísitos fiscales y eurodiputados durmientes se sostenía sobre cuatro pilares? Los lugareños en Gales y Cornualles votaron no a Europa como quien adora al becerro de oro, sin dejar de esperar por eso que las subvenciones a sus explotaciones agrícolas seguirían llegando puntualmente desde Bruselas. El país que inventó la democracia liberal, a punto de cortarse las venas intoxicado por las emanaciones ideológicas de un puñado de nacionalistas xenófobos. Si los británicos son así de tontos, imagínense hasta qué grado podemos llegar los demás. De momento, Italia está lanzada.
En la isla arrecia el deseo de un segundo referéndum que enmiende al primero. La cuestión es en qué términos. El bréxit fue la primera señal de la crisis de la unioneuropea, que por mor de la situación privilegiada de Inglaterra en el club pareció a los ingleses que podían resolverla solos. Una enseñanza puede extraerse del lance: la solución al futuro no está en el pasado. Es un principio básico de la física que los hechos son irreversibles. No hay vuelta a la casilla de salida. Con o sin bréxit, la crisis europea permanece y la solución es solo una: una mayor integración, una constitución política común y compartida, y, para empezar, una sola política presupuestaria y fiscal si no se quiere que el euro se convierta en una moneda disfuncional. Entretanto, los europeístas dormitan. A los líderes europeos los elegimos en cada país en el marco del sistema político nacional, lo que quiere decir que los electos han de adaptarse al humor y la querencia de sus votantes nacionales, que funcionan en clave local y localista; de modo que por la propia inercia de la situación, a mayor dificultad, más nacionalismo. En esas estamos. Es el momento histórico para la consigna de un che guevara de derechas: crear dos tres, muchos bréxits. Algunos ya están en ello.