Quirón cuenta en el café de media mañana que un profesor de historia de su remota adolescencia le preguntó si unos restos humanos de la edad de piedra encontrados en Cataluña podrían considerarse restos de catalanes. El niño le respondió que sí y el maestro le devolvió una informada argumentación para hacerle comprender que la respuesta correcta era no. La anécdota surge a cuento de las recientes sandeces proferidas por don Casado a propósito de esa noción ideológica que llamamos la hispanidad. Quirón recibió las primeras letras, como los demás contertulios de la mesa, en una época en que la ilustración era escasa y deficiente -entre otras razones porque tras la depuración franquista de la escuela y la academia de la república se entregaron cátedras y aulas a oportunistas y curas-, pero al mismo tiempo era tremendamente valiosa. El único agarradero para salir de la miseria, o al menos para entenderla. Los maestros están para salvarnos de la estupidez y Quirón tuvo en aquella ocasión una suerte de la que al parecer no ha disfrutado don Casado, y eso debe atribuirse no a la educación general, cuyo aumento y difusión son indudables, sino a la  particular circunstancia del educando.

El líder del pepé, el de los títulos veloces, se ha criado, como todos los de su generación de clase media,  en un entorno ideológico de rapacidad y medro urgentes ¡porque yo lo valgo! en el que el conocimiento resulta más un obstáculo que un trampolín, como demuestra su currículo y su oratoria. Un penoso vídeo didáctico que se ha emitido en colegios salesianos lo explica a la perfección. La lección del vídeo equipara al pobre  con el  mediocre y pregona la inutilidad de los estudios universitarios como aspiración de fracasados a favor de la audacia en la toma de decisiones y en el aprovechamiento de las oportunidades. Cualquiera diría que el autor de este zarrapastroso mensaje se ha inspirado en don Casado; o a la inversa, que a este le impactó el vídeo de manera imborrable cuando lo proyectaron en clase de sociales en su colegio.

Don Torra, otro que parece convencido de que está donde está porque lo vale, es de los que creen que los neandertales eran catalanes si el cazadero del mamuts estaba a la vera del Noguera Pallaresa y también ha proferido algunas necedades gruesas, y ofensivas por ende, equiparando a los independentistas presos con los republicanos fusilados por el franquismo. Don Casado y don Torra comparten, además de su condición ignara, cierta vocación viajera en busca de la salvación. Necesitan hacerse ver, como los instagramers. El primero predica en Bruselas; el segundo, en Ginebra. Antaño, estas peregrinaciones en busca de amparo se hacían a Roma donde el  agraviado se ponía a los pies del papa, pero todo indica que este destino está en desuso y ahora buscan la cúpula protectora de la comisióneuropea o de la onu. El narcisismo sin fronteras es otro rasgo de este tiempo. Para los dos intrépidos el país de origen se ha quedado pequeño y no sabemos si están haciendo su particular erasmus o terminando de reventar el artefacto en que habitamos y que ambos desconocen por déficits educativos. Todo muy juvenil.