Es un efecto del cambio climático. El ascenso de la temperatura resquebraja la superficie continua del ecosistema y se forma un archipiélago de fragmentos desde cuyos achaparrados promontorios nos miran perplejos los osos, las focas y los británicos. Los poderosos icebergs de antaño sufren el desprendimiento de estribaciones y acantilados que caen a un engañoso mar calmo donde pierden densidad, volumen, y finalmente se licuan hasta desaparecer. El cambio climático y el brexit son consecuencias de decisiones humanas pero, una vez desencadenados, ninguna fuerza humana puede revertirlos, ni controlar sus efectos. El oso polar, en el centro de su isla menguante, escruta el entorno y se deja llevar por la ensoñación de cuando su especie vagaba por toda la superficie conocida, de la que era rey absoluto. El sueño de un inabarcable imperio blanco, rico en horizontes y nutrientes. El mismo sueño que asedia al inglés aferrado a su pinta de cerveza tibia. George Orwell profetizó en 1984 el día en que la pinta de cerveza dejaría de ser un referente de los entrañables workers británicos para convertirse en otra bebida y otra unidad de medida. Ese día está a punto de llegar, pero no por acción de un gobierno totalitario sino por el voluto de una estúpida clase dirigente ociosa y ahíta, que después de despojar a la gente de sus empleos y de sus esperanzas agita el señuelo de un patriotismo de humo. No otra cosa podría haber ocurrido en Cataluña, y acaso acabe ocurriendo. Entretanto cruje el suelo y la vajilla se hace añicos.
La señora May, esa dama de aspecto torpe y tenaz, está atareada en recoger la loza y, ya que no puede restaurar la integridad de lo que fue un espacio compartido, al menos quiere recomponer las tazas de té y los adorables platos de postre esmaltados con las efigies de Willy y Kate. Pero lo tiene difícil. La confusión y la ira se han apoderado de su partido y tampoco parece que entre los laboristas reine la sensatez. ¿Quién sabe? Quizá ha llegado la hora de la extinción de los osos polares y de los leones británicos. Pero no hay ningún motivo para alegrarse. Subirá el nivel de los océanos y anegará nuestras costas y, tal vez, tendremos que blindar la frontera atlántica para evitar la llegada de pateras cargadas de migrantes septentrionales como ahora intentamos cerrar la frontera meridional. La buena noticia es que para entonces gobernarán los voxianos y la península será un erial asolado por una desertización imparable.