La vanidad pierde a los delincuentes, y un jefe de la policía, aunque sea adventicio, debería saberlo. El alarde de las propias fechorías no hace más que facilitar la tarea a la justicia, si la hay. Por lo demás, estas confesiones son un insulto a la inteligencia de quienes estamos obligados a oírlas. ¿Qué hay más obvio que conocer a lo que se dedica alguien que no puede dedicarse a otra cosa? Oír de su propia boca a don Cosidó cómo ha trajinado la formación del consejo del poder judicial para hacerlo dócil a los intereses de su partido es como oír a Sito Miñanco cómo se las apaña para transportar la farlopa.  Cada uno a lo suyo. ¿Cree don Cosidó que los del común no sabemos a qué se dedica y ha de abrirse la gabardina para que veamos el tamaño? ¿Os es que necesita gallear ante la pandilla para que no le llamen blando? ¿Cuántas trapacerías de sus jefes  necesitan oír los militantes y seguidores para mantener la fidelidad a la sigla?

La formación del gobierno de los jueces ha sido el último y sonoro regüeldo del festín del bipartidismo. Ya lo dijo el otro día en la tele un tal don Simancas para reforzar el relato de don Cosidó: en el consejo del poder judicial se hace política. Don Simancas es un veterano de la cosa nostra, que sabe cómo las gastan en ese mundillo porque perdió el negocio de la presidencia de Madrid a manos de doña Aguirre por la traición de alguno de los suyos, así que ahora anda por la vida como un yakuza, con un dedo menos en la mano. Aunque no sabemos qué asombra más, si el desenfadado cinismo de los políticos o el servilismo de los jueces que han aceptado la poltrona, resueltos a hacer de su toga un capote de toreo.

La despendolada confesión de don Cosidó ha tenido, cómo decirlo, un efecto catártico. Han sido las divinas palabras del esperpento judicial. Don Marchena, el juez afecto a la derecha que había aceptado la presidencia del órgano saltándose – él y quienes han pactado su cargo- todos los protocolos y cautelas que hacen que una elección no sea una indecencia ha anunciado su renuncia a un cargo, para el que aún no ha sido elegido, porque no quiere perder la independencia.  La independencia de los jueces en esas alturas es una prenda de ropa interior que pasa la mayor parte del tiempo en la tintorería y entre tanto van desnuditos bajo las togas. Don Cosidó ya ha perdido disculpas por sus confesiones de guasá a las que califica, cómo no, de lenguaje coloquial. Por ende, se ha roto el pacto así llamado de la justicia y las famiglie han vuelto a la greña con grandes aspavientos de dignidad herida.  ¿En qué circunstancias un capo mafioso se convierte en un pentito?  He aquí un interesante tema para un curso superior de criminología.