Gibraltar, el peñazo eterno. La bola de presidiario sujeta con una argolla ideológica al tobillo del país. La jaculatoria para excitar los jugos patrióticos del paisanaje. El sistema de pesas y medidas de la españolidad. El gemido irredento del macizo de la raza. El lugar donde cada cierto tiempo son derrotados rutinariamente los tercios de Flandes. El criptograma que parece resumir la clave de la historia. La imborrable mancha en nuestro deslumbrante currículo nacional, que don Casado blande para ocultar el suyo personal. Gibraltar es nuestro particular monstruo del lago Ness, que a cada tanto deja ver su espinazo de piedra sobre las aguas del pasado. De toda la complejidad del maldito bréxit solo parece quedar irresuelto el problema de Gibraltar, porque Gibraltar no es un topónimo, es un problema. Un drama sin sosiego ni fin. Una exitosa representación teatral que no cae del cartel mientras se suceden las generaciones de actores que la interpretan.

Confieso que jamás he entendido en qué consiste el problema de Gibraltar y ahora tampoco. No consigo entender qué clase de garantías reclama España ni qué alcance tiene el veto español al bréxit. Entiendo mejor que doña May haya querido ningunear al gobierno español y que en la pelea doméstica entre pepé y pesoe anden pujando por quien tiene más grande el patriotismo. En los dos casos se trata de tics nacionalistas, un signo de estos tiempos de regresión y una muestra de la miseria que nos envuelve. Un desenlace chistoso de esta situación sería que Reino Unido no pudiera abandonar la unioneuropea porque está atado a ella por Gibraltar. Podemos imaginar las siguientes secuencias de la película: subiría el termómetro del patriotismo británico, Londres enviaría su flota al completo al peñón, España cerraría la frontera terrestre y concentraría tropas en la verja, tensa espera, aceleración de los contactos diplomáticos para rebajar la crisis, ya nadie se acuerda de los aranceles de la mantequilla y de los vetos a la importación de automóviles, ni de los quinientos y pico folios del acuerdo del bréxit, ni del tedioso y omnipresente don Juncker, ni siquiera de los migrantes, en cuya expulsión están de acuerdo todos los europeos, Gibraltar es el tema, el nerviosismo de los gobiernos se destila a los medios de comunicación y de ahí a la desavisada sociedad civil mientras echan humo las cancillerías, un miércoles cualquiera por la noche a un centinela español se le dispara el arma y la bala le vuela el entorchado de la hombrera a un capitán de navío inglés que tomaba el té a la luz de la luna en el puente de una fragata, el protocolo de respuesta a la agresión es un misil mar-tierra que impacta, digamos, en la Macarena de Sevilla. El resultado es el previsto: la tercera guerra mundial que, una vez más, se inicia en la pacífica, opulenta y compasiva Europa.

P.S. La crisis, o mascarada diplomática, según se mire, ha durado unas horas. Ya está todo arreglado, si había algo roto. El peñazo de Gibraltar tiene ahora un triple blindaje para que siga como estaba, y hasta la próxima.