«Las élites que viven en barrios bunkerizados de Madrid o Barcelona nos votarán si ellos quieren. Pero esa gente no va a la sanidad pública ni a los colegios públicos, no sufren los colapsos, los recortes.Tenemos que buscar votos donde la gente sufre la fricción social con la inmigración. Buscar a gente que en su barrio tiene colapsada la seguridad, la sanidad pública. Ahí tenemos que hacer penetración social. Ya lo estamos haciendo».

La cita está extraída de las declaraciones periodísticas de don Rafael Bardají, que fuera consejero áulico de don Aznar cuando este gobernaba, cabeza pensante ahora de la cosa faes, con buenos contactos entre quienes rodean a Trump y conspicuo dirigente de vox. A don Bardají le apodan darth vader, el lado oscuro de la fuerza, lo que complace a su vanidad, si bien no ayuda a despejar la duda de que todo lo que está ocurriendo no sea la emanación de un videojuego. Pero volvamos a sus ilustrativas declaraciones.

Las palabras clave son fricción social y colapso de los servicios públicos. No se puede ser más explícito. La estrategia consiste en romper la cohesión social de los maltratados por el sistema vigente y distraerlos en el acoso a su vecino. Entretanto, los ricos no necesitan ni molestarse en votar. Es una estrategia suicida porque ¿qué ocurrirá cuando los squadristi de barrio hayan apaleado al último inmigrante, emplumado al último gay y rapado a la última feminista? Mirarán a quienes les han inducido a hacerlo ¿y?, ¿tendrán mejores escuelas en las que desaprender lo aprendido?, ¿mejores sueldos que gravarán los beneficios de quienes les han empujado a la barbarie?, ¿inversiones para crear empleo de quienes tienen el dinero a buen recaudo en paraísos fiscales? El programa voxiano no dice nada sobre esta parte medular de la cuestión.

En términos generales, vox se manifiesta como lo que en realidad es, una escisión por la derecha del pepé. Ha sido votado por la clase media y media alta, como su partido matriz, y la parafernalia ideológica que exhibe es la propia del macizo de la raza: toros, semana santa, el himno de la legión, vivas a la guardia civil, la sección femenina como sucedáneo de la igualdad de género y demás pacotilla consabida del folclore nacional-católico. Sus mítines reproducen el ambiente de ciertos bares de carretera en los que las botellas tienen etiquetas rojigualdas y la panoplia de armas que cuelga de las paredes está formada por estoques y banderillas. El programa económico, al contrario que el de sus homólogos europeos, es ultraliberal sin más santo y seña que la bajada de impuestos, y su programa político se resume en una centralización extrema que recuerda al agónico combate de don Fraga Iribarne contra el título octavo de la constitución. No es extraño, pues, que don Aznar los vea como a sus hijuelos y añore el tiempo en que estaban bajo su férula, y don Casado no sepa si él mismo es del pepé o de vox cuando se mira al espejo.

Don Bardají, el darth vader de esta guerra galáctica y cañí, es un personaje orondo, graso y autosatisfecho, muy lejos del atribulado y enjuto original, encantado de su pericia de gurú y de sus amistades en la derecha norteamericana de la que, en las mismas declaraciones periodísticas, reconoce que esta no siempre comprende la complejidad europea. No debe perder la esperanza; quién sabe si el partido republicano de Trump no terminará adoptando El novio de la muerte como tonadilla de sus mítines del mismo modo que años atrás el partido demócrata hizo suya la Macarena de los Del Río.