Comín es un apellido cuya fonética evoca una magnitud mínima pero no conviene engañarse porque nombra a una saga familiar que anda enredando en la política catalana desde hace tres o cuatro generaciones. Carlismo, marxismo cristiano, socialismo, independentismo, en fin, todo el repertorio de avatares imaginable, siempre con un punto levantisco, romántico, encarnado en sucesivas épocas por cada heredero del apellido con un objetivo común: estar en la pomada. El último vástago Comín ha asegurado que el tramo que queda para la independencia de Cataluña será dramático,vale decir, sangriento. Hizo esta afirmación en el curso de la presentación en Bruselas de un artefacto político creado por don Puigdemont para operar como el superego de la Generalitat, una suerte de fantamagoría que recuerda a la corte de Estella.
En el curso de esta presentación, don Torra el Ungido, el presidente vicario en tierra de misiones, anunció su última fuente de inspiración: Eslovenia. Antes se decía que el nacionalismo se cura viajando; pues no es verdad, el viaje, interminable, azaroso, extravagante, es típico del nacionalismo, siempre en busca de un paraíso que no encuentra en su atribulada patria, ay. Así que don Torra fue a Eslovenia, echó un vistazo y vio la luz, y volvió con la ecuación resuelta bajo del brazo. El resultado fulminante ha sido que Eslovenia se ha puesto de moda en España.
Para ser justo, hay que decir que este país ex yugoeslavo encaja como un guante en el sueño que ve Europa como un mosaico de paisitos étnicamente homogéneos, ensimismados e industriosos, enfrascados en paisajes idílicos, fiscalmente paradisíacos, altamente tecnificados y abiertos solo a un turismo de gama alta. Si, como parece, estamos ante el declive del imperialismo financiero de la última globalización, la salida no puede ser sino una reedición del feudalismo en clave colorista y en la que internet sustituya al latín. Don Torra, don Puigdemont y don Comín sueñan con ese marco, que les aleja de la fealdad del mundo. La mala noticia es que el nacionalismo no es un don de privilegiados sino una herramienta al alcance de cualquiera. Las naciones no están, se crean, y no hay noticia de que pueda construirse una sin que medie una guerra civil más o menos cruenta. Así ocurrió con Eslovenia, que se libró de un destino más aciago por dos razones puramente circunstanciales: la apuesta de las potencias europeas, singularmente Alemania, por su independencia, que había sido sancionada en un referéndumcon casi el noventa por ciento del voto a favor, y el hecho de que el nacionalismo panserbio estaba más preocupado por el separatismo croata que por el esloveno. En todo caso, la independencia de Eslovenia inauguró el último ciclo de guerra que ha padecido Europa en los pasados años noventa, como nos recuerdan estos días todas las teles del país estimuladas por las declaracionesde don Torra el Temerario del que no se sabe qué le atrae más de la llamada vía eslovena, si el referéndum o la guerra civil. Entretanto, don Comín ha debido consultar google y se ha apresurado a rectificar su exultante profecía del final dramático del prusés: ni queremos que pase, ni pasará nunca. ¿Y tú qué sabes, Comín? Vosotros seguid jugando con fuego.