La secuencia de los hechos es la que sigue: una parte de la derecha, la más arriscada -o desacomplejada, como dirían los aznáridas- ha identificado al responsable de los males de la patria y predica la separación de la máquina infernal; otra parte de la misma derecha, dizque más moderada, se suma al criterio de la primera para que no crean que la tiene más pequeña y, con la esperanza de perderlo, convoca un referéndum sobre el asunto en el que la mitad más dos del buen pueblo decide la secesión. Toca llevarla a efecto; se convocan elecciones y el mismo electorado da la batuta a una dama, casi una madre después de tanto machismo político, que no era partidaria  de la secesión pero que está dispuesta a cumplir el doble mandato de las urnas. Brexit is Brexit. La comisionada negocia y negocia los términos de la secesión, entre el paraíso que pregonaban los secesionistas y la miseria que pinta la realidad, para alumbrar un mamotreto de quinientas y pico páginas que es recibido con un rechazo unánime.  La dama en la picota, el acuerdo negociado al chirrión y el país dividido como antes pero más desconcertado, irritado e impaciente. Y ahora ¿qué? Vuelta a las urnas, ya sea para un nuevo referéndum o para elegir a otro u otra que dirija el caos.

Sociedades crispadas, emociones desatadas, plebiscitos alocados, políticos oportunistas, gobernantes impotentes. El malhadado brexit se ha convertido en la gran ilustración de la  política europea de este tiempo, donde con carácter general las urnas pierden funcionalidad y prestigio por el excesivo uso. Sirven para entronizar en la poltrona a un partido o grupo pero no para ejecutar los programas votados, ni para remediar el malestar de los votantes, ni para asentar la legitimidad del sistema. Nunca como hasta ahora se había convocado a la ciudadanía con más frecuencia y menos eficacia. Deberíamos sentirnos satisfechos porque la libertad consiste básicamente en contrastar la voluntad y el deseo del individuo con la realidad y el azar, y desde esa perspectiva agónica  nunca hemos sido más libres.  El ser y la nada, para resumirlo con una expresión célebre de nuestra remota juventud. Antaño, elecciones y referendos eran más eficientes y resolutivos porque estaban amañados de uno u otro modo y los votantes aceptaban la realidad, apenas oculta, de que ejercían un derecho tutelado, y solo en ciertos momentos históricos muy excepcionales aparecía el espejismo de que las urnas podían cambiar la historia. Ahora las urnas se han convertido en los caballitos del tiovivo que dan vueltas sobre sí mismas. Todavía no hemos llegado al punto en que un iluminado proclame que el ser rotas es el más noble destino de todas las urnas, como afirmó en circunstancias parecidas a las que corren y con los efectos conocidos el otro inquilino del mausoleo de Cuelgamuros, pero ya se advierten en todos los países democráticos señales del desgaste de los materiales.