La hija de Burger, Nadine Gordimer
La primera sesión del ciclo nos lleva a la Sudáfrica del apartheid. Nadine Gordimer, (1923-2014) era hija de inmigrantes judíos, procedente de Lituania el padre, relojero de profesión, y londinense la madre. Fue autodidacta, lectora temprana de literatura rusa y francesa, y escritora juvenil de cuentos, antes de ingresar en la universidad Witwatersrand de Johannesburgo. En su familia se educó en el compromiso político y en la militancia comunista, partido al que perteneció Gordimer, cuya actividad intelectual se repartió entre la creación literaria y el activismo. La lucha contra el apartheid impuesto por el minoritario gobierno blanco afrikaner sobre la mayoría negra del país es parte axial de la inspiración y composición de sus obras, singularmente de las más conocidas y apreciadas, entre las que se encuentra en primer término La hija de Burger. La lectura de esta novela, publicada en 1979, impresionó a Nelson Mandela cuando la leyó en la prisión de Robben Island donde estaba recluido. Más tarde, el futuro presidente del Sudáfrica y la escritora mantendrían una larga relación de amistad personal y de colaboración política. En 1991, Gordimer obtuvo el premio Nóbel de Literatura.
La hija de Burger se sitúa en la mitad de su carrera de escritora y puede decirse que es una novela de formación en la que una joven se abre al mundo y lo descubre en las particulares circunstancias de la muerte de su padre, un líder de la oposición clandestina al régimen racista de Sudáfrica. Rosa Burger, la protagonista, es joven, soltera y sin hijos; una mujer libre, pues, que explora los límites de su libertad. Cuando la escribió, la autora era ya una escritora experimentada que tejió una historia compleja, con numerosos personajes, lugares y situaciones, sobre el telar de la situación política de Sudáfrica. Gordimer creía que la fuerza del relato no procede de los acontecimientos que se cuentan sino de los ecos que despiertan, de modo que practica un estilo distanciado, impresionista y contenido, como si, en efecto, quisiera, no reproducir la realidad ni arrastrar al lector sino dejar que le llegue la reverberación de los hechos narrados. Para ello, recurre a una prosa densa, que no hace concesiones y obliga a cierto esfuerzo de atención lectora sin prometer a cambio ningún premio. En un cierto sentido, hay una especie de intención documental sobre lo que se cuenta, que Gordimer quiere preservar con su estilo. Por lo demás, no se encontrará ni una gota de psicologismo, costumbrismo, sentimentalismo y otros ismos que a menudo operan en la literatura para lubricar la atención y ganarse la voluntad del lector.
La mujer. La protagonista de la novela, Rosa Burger es la lanzadera que guía el relato y aparece como el punto de vista desde el que escribe la autora, pero no es su alter ego ni un espejo autobiográfico. Está siempre en escena y nos enseña el mundo que le rodea pero no interfiere en la perspectiva del lector. Las peripecias que le suceden son las normales de cualquier muchacha urbana de un país desarrollado de la segunda mitad del siglo pasado, pues a pesar de su especial circunstancia política, pertenece a una clase media bienestante, tiene novios y amantes, se relaciona con los amigos de su familia, viaja a Francia e Inglaterra y conoce personas y ambientes distintos. Lo que condiciona esta vida de apariencia normal es su circunstancia personal como hija de Burger, por lo que está vigilada por los servicios de seguridad, debe recurrir a alambicados procedimientos para conseguir el pasaporte y, a la postre, tanto en Sudáfrica como en el extranjero, siempre está rodeada por gente relacionada con la lucha por la abolición del apartheid y marcada de una u otra manera por esta circunstancia: familiares de presos y de víctimas de la represión, militantes de distintos partidos clandestinos. No es que estas vicisitudes sean la materia del relato, sino su fondo, que condiciona a los personajes y al relato mismo.
La vida. Quienes han vivido en la clandestinidad en un país por lo demás normalizado saben que existen tres niveles de la experiencia cotidiana que deben armonizar con muchas dificultades: a) la vida ordinaria en familia, con los vecinos, amigos, etcétera, a la que la política es ajena y potencialmente peligrosa; b) las exigencias de la lucha clandestina: actividades ilegales, encuentros y citas secretos, disciplina en los hábitos de vida y vigilancia constante, y por último c) la vivencia de los avatares propios, a menudo dolorosos y sorprendentes, de la organización en la que se milita, escisiones, cambios de estrategia, luchas por el poder, tanto más traumáticos porque suponen rupturas personales a menudo irreparables. Estos tres niveles de experiencia operan en el relato como notas de un arpegio. Rosa Burger y su familia son comunistas, lo que quiere decir que están sometidos a una disciplina regida desde un centro tan lejano a su experiencia cotidiana como Moscú y son blancos, lo que quiere decir que el problema racial de fondo subsiste en el interior de la lucha contra el apartheid. Por último, están las expectativas, escasas, de que en algún momento la lucha que llevan a cabo estos personajes, y que tantos sufrimientos acarrea, dé el fruto del final del apartheid y el advenimiento de una sociedad justa e igualitaria. Algunos de los pocos fragmentos emotivos de la novela están dedicados a los diálogos en los que se habla de esta esperanza. Cuando Gordimer escribió la novela, el régimen del apartheid, apoyado por Occidente en el marco de la Guerra Fría, estaba en la su máximo nivel de represión. Las últimas páginas de la historia se desarrollan en las fechas de las masacres de Soweto, ocurridas tres años antes de la publicación de la novela.
El padre. Lionel Burger es el héroe referencial de la novela cuya muerte en la cárcel, donde está condenado a cadena perpetua por actividades contra el estado del apartheid, es el desencadenante de la historia. Médico afamado, ciudadano apreciado por sus convecinos, respetado en la comunidad negra, líder natural y tenaz opositor al régimen, ejerce una gravitación constante sobre los personajes. Rosa nunca deja de ser, para bien o para mal, la hija de Burger. Sin embargo, su vida, y la novela que la cuenta, arranca y se desarrolla porque Burger ha muerto. En los términos del discurso feminista actual es un patriarca pero entre las prioridades de la lucha que describe la novela de Gordimer el feminismo no tiene un lugar relevante, ni se menciona siquiera; no estaba en la agenda de los grandes movimientos emancipatorios del siglo pasado, protagonizados por hombres, y mucho menos en Sudáfrica. Rosa Burger quería a sus padres (también su madre estuvo en la cárcel) sin sentimentalismo ni dependencia pero su vida adquiere autonomía cuando muere su padre (la madre había muerto antes) al comienzo de la historia. A pesar de que para todos es la hija de Burger, lo cierto es que se hace con el timón de su existencia, ve la realidad a través de sus propios ojos y el recuerdo de su padre se convierte en el referente que le ayuda a entender el lugar en el que está y el tiempo en el que vive mientras intenta comprender cuál será su lugar y su tiempo.
La herida abierta. Todos los personajes tienen rasgos destacables y su presencia en el relato moldea los sentimientos de Rosa Burger y condiciona su experiencia, a la vez que proporcionan al lector información significativa sobre el paisaje humano del tiempo del apartheid. Todos son, sin embargo, circunstanciales y por último ninguno determinará el destino de Rosa, que, por decirlo así, se hace a sí misma. Entre los caracteres de la novela acaso el más significativo es Baasie, el que de alguna manera penetra más hondamenteo, no solo en la conciencia de Rosa sino también en la percepción del lector, porque representa el conflicto racial que atravesaba las filas del movimiento antiapartheid. Este Baasie es un muchacho negro al que adoptó Lionel Burger cuando se quedó huérfano y que se crió en la casa familiar como un hermano junto a Rosa. En algún momento de la adolescencia, sin embargo, desapareció de su vida y Rosa no volvió a saber de él hasta que vuelve a encontrarlo en una reunión de exiliados en Londres en la que el recuerdo de Lionel Burger es el tema recurrente de conversación con Rosa. Esta apenas reconoce a su antiguo hermano. Había dejado de ser Baasie para adoptar su nombre y apellido familiares, Zwelinzima Vulindlela (Tierra doliente), con el que el muchacho ya maduro desafía a Rosa recordándole que también su padre murió en la cárcel sin que nadie le recordara ni le homenajeara como hacían con Lionel. El joven establece sin equívocos el abismo racial que les separaba a Rosa y a él e intenta explotar emocionalmente la mala conciencia que aflora en ella. Es, probablemente, el episodio más emocionante y complejo de la novela porque de alguna manera ambos personajes llegan en este encuentro a profundizar en sentimientos insobornables, que responden a una realidad imbatible. La desigualdad sigue ahí, es un rasgo irremediable de la especie humana y, en consecuencia, pone en solfa toda la lucha política y las esperanzas que genera, como si la solidaridad y el sufrimiento que comportan fueran humo. J. M. Coetzee, el otro gran escritor sudafricano de esta época, también presenta la brecha racial en algunas de sus novelas, pero no de un modo político, ni con la esperanza en el futuro que muestran los personajes de Gordimer. Al contrario que esta, sus relatos se sitúan en la época inmediatamente posterior a la caída del apartheid y ni su perspectiva del mundo ni su estilo tienen similitudes con los de Gordimer.