En algunas especies animales, por ejemplo en la humana, el lenguaje distingue el género; en otras no, así que permítanme el abrupto neologismo del título, que en esta ocasión rima con alcaldesa. Doña Botella llegó a la alcaldía de Madrid por matrimonio, lo que da indicio de que ni siquiera en las repúblicas más escrupulosas se está a salvo de que el vínculo familiar sea un argumento de autoridad. Uno de los factores inhibidores del republicanismo español es la probabilidad, bastante cierta ahora mismo, de que don Aznar resultara elegido presidente, y le sucediera su esposa, y a esta su yerno y por ahí seguido hasta que nada en la república quedara en pie que no fuese propiedad de algún fondo de inversión. No es que lo que hay ahora sea impecable, pero si se hace algún cambio que no sea para peor.
Los desacomplejados (o sinvergüenzas, si se prefiere el sinónimo) neoliberales patrios se aplicaron a la tarea de adelgazamiento del estado con la tenacidad y el oficio con que los buitres se empeñan en adelgazar la carroña hasta dejarla en los huesos mondos. Por ahora, el estado no está muerto del todo y un tribunal ha condenado a doña Botella a una reparación económica por la venta de viviendas sociales a un fondo de especulación inmobiliaria. Fue una operación para amiguetes, sin tasación fiable, sin publicidad, con información privilegiada y por un precio veintitrés millones inferior al real. Cuántos miramientos del tribunal para lo que solo era carroña llena de gusanos a los que hubo que desahuciar para que los buitres pudieran disfrutar del festín.
El asalto al poder del pepé -constitucional y democrático, faltaba más- no fue más que una operación de apropiación de los bienes del común a beneficio de sus jerifaltes, amigos y beneficiarios, detrás de una farfolla festiva de aeropuertos sin aviones, circuitos de formulauno sin carreras y trajes pagados con dinero negro para vestir a los santos del retablo. Cuando a doña Botella le fue dado un papelito en la carajicomedia, el tinglado se caía a pedazos y a la alcaldesa no le cupo más que hacer el ridículo con a cup of café con leche en los soportales de la plaza mayor, pero a su modo siguió también el imperativo categórico del partido de depredadores que había creado su consorte y buitreó en los hogares de un puñado de familias para arrebatarles el derecho que tienen reconocido en el artículo cuarenta y siete de la constitución. Los buitres vuelven de nuevo a la reconquista desde el reino de Boabdil, y esta vez vienen secundados por los squadristi.