Bien está lo que bien acaba. La celeridad con la que el pepé ha embridado al hijo pródigo demuestra, por si hiciera falta, lo sólidos que son los lazos de familia. También hay que imaginar las presiones que habrán recibido de las terminales financieras y mediáticas que han visto peligrar la vuelta a la tortilla en el coso andaluz y por extensión en toda la piel de toro (esta añeja y cursi expresión vuelve a estar de moda, es una de las consecuencias del pacto sevillano). En el trance, los voxianos han perdido aquello de lo que blasonaban, un lenguaje claro y valiente, que era más bien bravucón y asilvestrado, pero es el peaje por pasar de populista a constitucionalista en horas veinticuatro.
El acuerdo firmado es un mejunje en el que las únicas medidas concretas son las que cuadran al propósito de la derecha universal: menos impuestos, recortes de gasto público y privatización de los servicios allá donde se pueda, complementadas por menciones genéricas de apoyo a las tópicos ideológicos de los firmantes (la familia, la libre elección, subvencionada, claro, de centro educativo) y unas pinceladas folclóricas (toros, semana santa). El resto de la ofensiva voxiana, lo más estridente –leña a las feministas, expulsión de inmigrantes, etcétera-, no desaparece pero queda en la niebla de una prosa propositiva y tendencial, sin mentar la bicha. Ya se verá qué puede hacerse. Vox es un pleonasmo innecesario en una derecha cuyos dirigentes tararean El novio de la muerte y gustan de fotografiarse en el palco de la plaza de toros con los codos descansados sobre los capotes de paseo, tras el humo de los vegueros. Así que, después de que los abascales hayan tenido sus quince minutos de resplandor mediático, es hora de volver a la casa del padre de la que les expulsó dizque la pachorra rajoyana, que en la práctica era una indolencia solo aparente, que se lo pregunten a los desempleados, precarizados, desahuciados y migrantes. Las aguas vuelven a su cauce y a los cascarrabias de la izquierda se nos ha roto el muñeco chucky que nos habían traído los reyes magos, sobre todo el negro, que ha entrado en pánico porque se teme, no sin razón, que su empleo va a ser ocupado de nuevo por un blanco con la cara tiznada.
Entretanto, don Sánchez descansa en la quietud empírea de su alta magistratura, los podemitas alternan liderazgo en función del calendario de bajas por maternidad y paternidad de la pareja presidencial y en la república catalana, don Puigdemont, don Torra y don Rufián siguen haciéndose selfies, encantados de haberse conocido. La que ahora va a pagar la cuenta es doña Susana, a la que van freír durante toda la legislatura en comisiones de investigación, una tras otra, que constituirán el necesario teatrillo para tener entretenido al público y la garantía de que mientras dure el espectáculo no cerrarán canal sur. Le tienen tantas ganas a la inmediata ex presidenta que la tortura que le espera es la materia del segundo punto del acuerdo voxiano, después de un retórico propósito de crear empleo de calidad, que, leído en su contexto, bien podría significar que los limpiabotas vistan con librea, o de monosabios.