Consternación, por decirlo así, en la tertulia de media mañana por la debacle podemita.  Los cuatro frente a las tazas de café y té entregaron hace un lustro a la chavalería morada una pizca de la menguada esperanza que se tiene a esta edad tardía. Aquellos votos de las primeras elecciones eran la dote que se entrega a los y las jóvenes que salen a construirse un futuro propio, más digno y justo que el que vivieron sus ancestros. Se podía esperar que cometieran errores, no que repitieran los de sus padres y abuelos con tanto fervor y contumacia. Pero, qué carajo, si la humanidad no ha cambiado en millones de años, ¿qué hacía suponer  que podría cambiar en una generación? Podemos naufraga en un piélago de, confluencias mal avenidas, bandazos estratégicos, deserciones notorias, primarias que todos quieren y nadie acepta, denominaciones plurales e indistinguibles, y ejercicios de oportunismo de toda laya ejecutados con precisión por maquiavelos muy dotados como don Errejón.

El errejonazo significa poner la esperanza de un partido eminentemente juvenil en manos de una abuela de setenta y pico, carismática y diligente, sin duda, pero también atenta a mantener la casa a su gusto. ¿Han comprobado lo maniáticos e intransigentes que pueden ser los viejos con sus asuntos? Tal vez la casa de doña Carmena sea el nido donde se incube el futuro de la izquierda española pero muy bien podría ser también su tumba. No se sabe de nadie que haya levantado un proyecto nacional empezando por arreglar las aceras de su pueblo. Tampoco se sabe de ningún líder o lideresa que se haya tomado un permiso de paternidad mientras el país atraviesa la crisis política más severa desde hace décadas, tanto menos si después de sucesivas depuraciones –democráticas, sin duda-, el líder y la lideresa se han quedado como guardianes únicos del partido. En esta remota ciudad subpirenaica los podemitas también andan a la greña, lo que lleva a los contertulios, que conocen a los protagonistas, a un intercambio de anécdotas y chascarrillos en el que se mezcla el pasado y el presente sin concierto alguno. Los humanos somos seres anecdóticos y los viejos estamos en condiciones de saberlo mejor que nadie.