Durante un periodo de su vida profesional, este escribidor dirigió un pequeño periódico de ámbito provincial que había sido comprado, como era uso en la época, por un par de empresas unipersonales asociadas en el negocio de la construcción. Era la época en la que los ladrillos venían envueltos en pan de oro y quienes manejaban el cotarro querían regalarse con la experiencia de ser Ciudadano Kane ¡porque me lo merezco! El caso es que, en plena euforia ladrillesca, una vez que se vio que el periódico no proporcionaba los beneficios colaterales que se esperaban de la iniciativa, la confianza entre los dos socios entró en crisis y quebró. El escribidor asistía a los consejos de administración de la empresa editora cuando se trataba de la organización, objetivos, recursos, etcétera, del periódico, pero aquella crisis tenía más fondo y un día se encontró en la reunión del consejo con una cara nueva, conocida porque había sido su profesor de derecho civil. Era un acreditado notario de la plaza cuya presencia había sido convenida entre las partes para dar fe de todo lo que se dijera y acordara en la reunión. El escribidor recuerda como si fuera hoy la sorpresa y la inquietud que le produjo la inesperada presencia del notario, equivalente a la que sufre un enfermo yacente cuando ve merodear junto a su cama al comercial de pompas fúnebres. Los dos antiguos socios estaban a matarse y no sabemos si tomaron al notario como un ibuprofeno, por utilizar una metáfora de moda estos días, paliativo contra la tóxica hostilidad que reinaba en la sala o como el árbitro de un duelo a primera sangre. En todo caso fue inútil y la sociedad se deshizo por el procedimiento de que un socio vendió su parte al otro, con las consecuencias que se contarán otro día, si ha lugar.
El notario ha vuelto a la actualidad con la noticia del relator, coordinador, facilitador, oidor o como se llame, anunciado para lubricar las conversaciones entre partidos sobre la cuestión catalana, porque es un indicio inequívoco del desentendimiento insondable que reina entre las partes donde, como ocurría en la historieta contada más arriba, las probabilidades de ruptura están cantadas. En la era de los selfies, es fácil enamorarse de uno mismo y hay pocas dudas de que el presidente don Sánchez está en ese estado de arrobo, como demuestra el que haya publicado ¡precisamente ahora! un libro de memorias con el desafiante y pueril título de Manual de resistencia, mientras a su alrededor se concitan fuerzas enardecidas por el jaque a Maduro, resueltas a repetirlo en Madrid. El apolíneo supermán se enfrenta al otro lado de la mesa con don Torra y su séquito, que viven encantados en la atmósfera de su ínsula barataria y solo saldrán del sueño en el que habitan si este se hace realidad o, a sentido contrario, si es destruido por una fuerza exterior. El martirio no es la última opción de los fanáticos. Del camino del medio, que son las negociaciones con franqueza, lealtad y realismo, ni hablar. Pero ningún notario podrá cohonestar el sueño y la realidad; esa no es su competencia.