Hace tres días que doña Montero afirmaba enfáticamente que más pronto que tarde la corona del reino podemita estaría en las sienes de una mujer. Lo dijo, probablemente, como munición propagandística ante el ocho-eme, pero, habida cuenta que ella es la reina que tanto monta, monta tanto, bien podía interpretarse que hablaba de sí misma y que se había producido un golpe de alcoba mientras el rey estaba ocupado en el cuidado de su prole. Es sabido que la dirigencia podemita es muy fan de Juego de Tronos. Antaño, los monarcas eran destronados por los conspiradores palaciegos cuando estaban en alguna campaña militar lejana o de visita por tierras remotas; ahora, el destronamiento se produce cuando el monarca está en casa, entre pañales y biberones, disfrutando, por decirlo así, del bien ganado permiso de paternidad. Don Iglesias va a experimentar la férrea incompatibilidad, que padecen las mujeres, entre el hogar y la plaza pública, entre el cuidado de los pequeños y la manipulación de los mayores, actividades ambas que exigen dedicación a tiempo completo y están abruptamente separadas en nuestros códigos culturales. En este lance, el líder ya ha perdido la mitad de sus fuerzas en Madrid, reclutadas por don Errejón, y tiene a la parroquia descuajaringada en todas las taifas del país.
Al confuso, o quizá no tanto, mensaje de doña Montero, los leales a don Iglesias han respondido con un cartel de bienvenida al líder para gran regocijo de los ociosos que acampan en las redes sociales. Con grafismo rudamente machista-leninista, que tiene una turbia familiaridad con cierto eslogan publicitario de colonia masculina -¡vuelve el hombre!- en la semana de pasión feminista, el cartel anuncia una suerte de segundo advenimiento o de pentecostés del gran líder, como si estuviera exiliado, encarcelado o incluso crucificado por manos enemigas y no disfrutando de un privilegio que, aunque sea un derecho universal, no son muchos los que pueden permitirse y menos los parias de la tierra a los que quiere patrocinar el mesías ensalzado. Pero, eso sí, volverá cuando se cumpla el tiempo del permiso de paternidad, ni un minuto antes. En la intención del apologeta que ha confeccionado el cartel, vuelve en loor de una multitud expectante en el lugar donde el partido celebra sus triunfos, una especie de altar de la victoria donde ya hace algún tiempo qie no se celebran más que derrotas. Y hasta aquí el chiste, que no tiene maldita gracia. Ahora falta que alguien cuente la triste y completa historia de un proyecto político demolido por los mismos que lo pusieron en pie, y del que solo quedará sobre sus ruinas un chalé en la sierra madrileña ocupado por una feliz familia de clase media.