En el piélago de opiniones con que este escribidor se desayuna cada mañana siempre es posible encontrar una perla inspiradora. Esta vez ha sido una expresión extrañamente luminosa: el poder accidental del pesoe. Si te detienes unos segundos a pensar en lo que evoca, independiente del contexto en el que aparece e incluso de la voluntad de quien la ha formulado, reparas en que contiene una verdad inapelable. El poder político del pesoe siempre ha sido fruto de un accidente y, a pesar de su duración temporal en el gobierno, mayor en conjunto del que ha correspondido a la derecha, nunca ha perdido ese carácter accidental, aunque su origen sea impecablemente democrático y su ejercicio completamente legal. El accidente a que dio lugar la clamorosa victoria del pesoe de Felipe González en mil novecientos ochenta y dos fue la concatenación de dos hechos decisivos: el fracaso del golpe de Tejero del veintitrés–efe y la implosión de la ucedé, el partido de derecha llamado a heredar el poder dejado por los franquistas. A su vez, la victoria de Zapatero en dos mil cuatro se debió en gran medida a dos pruebas de estrésa las que fue sometida la sociedad: la participación en la guerra de Irak en contra de la opinión pública y el atentado del once-eme y la torticera gestión posterior del gobierno aznárida.
Es como si fuera necesaria una sacudida del sistema que haga creer que amenaza ruina para que la sociedad lleve al pesoe al gobierno, como un bote salvavidas en un náufrago. Ni la desbocada corrupción de la derecha ni los tímidos avances en políticas sociales de la izquierda consiguen alterar la convicción generalizada según la cual el poder de la derecha es esencial y el del pesoe, accidental; de modo que olvídense, no ya de una revolución, también de cualquier reforma estructural digna de ese nombre. Nadie la propone, por lo demás. Ahora mismo, el crecimiento electoral de don Sánchez, que pronostican los sondeos, se debe menos a los titubeantes y anémicos logros de su gobierno que al carajal en que está sumida la derecha, lo cual no impide que sus portavoces prediquen desenfadadamente que el pesoe ha dejado de ser un partido constitucionalista. En nuestras sociedades se da una equivalencia natural, que nadie discute, entre propiedad y poder. Eres poderoso, o empoderado, como se diría ahora, en la medida en la medida de tus posesiones y, claro está, quienes sostienen con mayor convicción este principio son los propietarios y sus partidos. La constitución debe verse como el baluarte que defiende las posiciones económicas ganadas desde que está vigente hace cuarenta años, no importa lo baqueteada que esté la sociedad después de diez años de crisis, recortes y desempleo. El pesoe obtiene una ventaja indiscutible sobre la derecha en la asignatura de los derechos civiles –el divorcio(*), el aborto y las leyes de igualdad matrimonial son todas iniciativas socialistas- y es posible que esta baza influya ahora en los votantes, toda vez que la presencia de los voxianos nos ha recordado que hay riesgo de regresar al nacional-catolicismo del que más de la mitad de la población no tiene memoria viva, para su suerte, y que esta circunstancia dé en las urnas al pesoe otro periodo de poder accidental.
(*) Para quisquillosos de la historia, el divorcio se aprobó en una ley del gobierno de centroderecha de la ucedé, pero quien llevó la iniciativa dentro de aquel conglomerado ideológico fue la fracción socialdemócrata, que encabezaba por el ministro de justicia, Francisco Fernández Ordóñez, autor también de la introducción del impuesto de la renta cuando fue ministro de hacienda. Están documentadas las presiones que el ministro recibió de la derecha de su partido ante las dos iniciativas, que sin duda estuvieron entre las causas de la disolución del partido. Es una lección que quizá debiera repasar la cuadrilla de ignaros saltimbanquis en que se ha convertido el partido naranja de don Rivera, tan admirador de Adolfo Suárez y su ucedé.