Doña Álvarez de Etcétera, marquesa de Esto y de lo Otro, es menudica y fibrosa de figura, y arrogante de ademán, como un fragmento de alambre de espino, y ha sido enviada por sus patrocinadores, don Casado y don Aznar, a Barcelona, no para conquistar la plaza, lo cual es imposible, sino para disputarle la hegemonía en la coalición reaccionaria  a doña Arrimadas. Es un duelo de reinas, como en las pelis históricas que estos días exhibe la cartelera. Doña Arrimadas, vehemente y florida, como andaluza de Jerez, y doña Álvarez, tiesa y seca, como una hidalga de Quintanilla de Onésimo, que se expresa con el característico laconismo militar de nuestro estilo, que dijo el otro. El palenque del duelo es Cataluña, un espacio virtual y un territorio irredento, sobre cuyo destino ambas damas están de acuerdo: derogar su autogobierno y someterla sine die al cepo del 155. Convertir Cataluña en el Rif marroquí de cuando aquel y sus conmilitones. Los catalanes molt catalanes quieren irse de España y los españoles muy españoles quieren reducir Cataluña a una colonia en una evidente concurrencia de intereses.

Enfrente, un  pretendiente legitimista en el exilio flamenco y un don Torra de cabeza pesada y talante terco, como el caudillo de partida carlista que es. Y ya estamos de vuelta en el XIX, tan añorado: liberales y carlistas, centralistas de mano dura vs. periféricos levantiscos de cabeza loca. Los países que han sido imperios antes que naciones sufren una dolorosa resaca tras la pérdida de las colonias, que constituían un evacuatorio de sus tensiones domésticas. Véase a los británicos ahora mismo, que votaron en un referéndum creyéndose aún que Isabel II era la reina de los mares y, con suerte, terminarán haciendo cola en el despacho del pan. En España, la resaca post imperial se inició en el siglo diecinueve y penetró largamente hasta el primer tercio del siglo veinte. Ahora ya sabemos también que fue una de las facturas impagadas de la gloriosa transición. La situación política actual es la página de wikipedia de la historia moderna de España. No falta ningún ingrediente. La coalición tridentina de las derechas trae alojada en sus filas la solución que dieron a la crisis nacional en los años treinta del siglo pasado. Los tres socios del tridente comparten, en mayor o menor medida, un plan que, si funcionó entonces,  ¿por qué no habría de funcionar ahora? Lo primero, identificar al enemigo, que es prácticamente el mismo desde hace un siglo: separatistas y marxistas. El aderezo folclórico ha cambiado un poco; antes fueron judíos y masones y ahora son musulmanes y feministas. Y lo segundo, prepararse para cuando llegue el turno; de momento, han empezado a reclutar generales para las listas electorales, que bien podrían aplicar sus conocimientos profesionales a otros menesteres más viriles y útiles a la patria que el decadentismo parlamentario. Entretanto, los grandes bancos y las corporaciones multinacionales siguen mangoneando en el bolsillo y en las esperanzas de los españoles, como hace un siglo. La buena noticia es que nadie debiera llamarse a engaño.