Don Valls, que ha vuelto de París con un capitalito político para ser alcalde de su pueblo, Barcelona, como antaño volvían las femmes de chambre con sus ahorros para montar un bar en Dos Hermanas o en Fuensalida, está pasando un mal rato. El único político europeo/europeo en activo en España desde que fuera ministro de cultura Jorge Semprún hace dos décadas siente que le crujen las cuadernas. Todo empezó hace un mes y pico en la quedada de la plaza de Colón de Madrid, a la que afluyeron todas las derechas del país para que sus jefes sacaran pecho al pie de las graníticas carabelas de La Hispanidad y bajo el maternal abaniqueo de la más gigantesca rojigualda que conocieron los tiempos. Don Valls no quería ir a la manifa, pero fue; no quiso subir a la tribuna de los machotes para pasar desapercibido y lo consiguió porque ningún medio español le tuvo en cuenta, pero una tele francesa le pilló emboscado entre la gente y le entrevistó. El ex primer ministro de la République justificaba ante la reportera su presencia en el lugar cuando tras él se coló en el cuadro el careto de una manifestante de grandes gafas iracundas que le espetaba: ¿estás hablando en catalán?, ¿estás hablando en catalán? Oh, mon dieu, y eso lo vieron en Francia. Aquella patriota española muy española no distinguía el francés del catalán, porque tanto le hubiera dado que fuera diez de febrero que dos de mayo. Don Valls no puede comprender que uno de los impulsos de la manifestación era precisamente el crónico déficit idiomático de los españoles; no soportan que haya españoles que hablan catalán y, si hablan francés, ¿qué demonios hacen aquí?

Unos días después vino la formación del gobierno andaluz y la suerte estaba echada. Para don Valls fue un golpe parecido al del hijo que descubre que es adoptado.  En ese momento, la familia entera se ve de otro modo. El partido naranja que le apadrina depende de la suerte del pepé y el pepé depende de la deriva de vox. Después de tantas vueltas, don Valls se ve emparentado con los primos carnales de doña Marine Le Pen, y es que Europa es un pañuelo, con muchos mocos en esta punta del tejido. A salir de la perplejidad no le ayuda su socia en el negocio, doña Arrimadas, que todavía no se ha enterado de que encabeza la lista más votada del parlamento catalán. Lo suyo es el activismo, no la política: arranca lazos amarillos, escracha al fugado don Puigdemont y se enfrenta a cara de perro con el cabezón don Torra, pero propuestas alternativas, ¿qué es eso? El 155 y ya les vale. La paradoja es que, si tanto don Valls como los suyos ganan las elecciones en Barcelona y Madrid, será alcalde de una capital bajo estado de excepción. Envidiable destino para un liberal.  ¿Qué dirán sus amigos de París?