En un cierto momento, los políticos en campaña tienen que preguntarse quiénes son ellos mismos. Las identidades a las que deben dar satisfacción son tantas y tan variadas que necesitan una síntesis de todas ellas, aquella que potencialmente agrade o sintonice con un público lo más mayoritario posible. Es como abrir el armario y preguntarse qué atavío usarás hoy: brillos o grises, sombrero o boina, falda o pantalón. Esta elección, aunque nos guste creer lo contrario, es menos azarosa que predeterminada. Hay prendas que están desechadas para siempre y otras que llaman a ser vestidas haga sol o lluvia. A menudo la elección viene inducida por un comentario ajeno: con esa falda estás monísima, esa chaqueta te sienta como a un cristo dos pistolas. En resumen, que el disfraz es previsible.
Don Errejón ha reivindicado su derecho a ser frágil y dudar. Es una petición propia de quien está en la juventud y tiene la vida (pública, además de biológica, en este caso) por estrenar; un reconocimiento que no puede permitirse su compañera de tique, doña Carmena, a quien el tiempo que le queda no le consiente ni las más mínima flaqueza, ni el menor atisbo de duda, si no quiere que las hienas se ceben en ella como ya lo ha intentado la jefa de la manada. La vieja elefanta ha respondido a la atacante sin malgastar energía, abriendo sus grandes orejas y levantando la trompa para afirmar su autoridad. Es el tipo de pugna para la que don Errejón aún está verde. Puede batirse con éxito en un duelo académico a florete pero para los trompazos le falta envergadura y experiencia en el cuadrilátero. Mientras don Errejón rentabiliza, o pone en valor, como se dice ahora, los chistes que se hacen sobre él predicando el poliamor con su electorado, en la otra esquina del cuadrilátero los voxianos andan eligiendo el calibre del bate con el que saldrán a la cancha. Ellos representan a los machotes que sudan testosterona y gustan de ver los desfiles de la legión; representan, en último extremo, a los que no dudan ni quieren parecer frágiles porque cerebro y músculo son la misma cosa, y han ofrecido un esbozo de programa a su clientela: los gays, a la casa del campo; los okupas, a la casa de Carmena; las mujeres, a pintarse la uñas, y los hombres/hombres, a hacer prácticas de tiro para que pueden defender la propiedad y la familia cuando los amigos del dubitativo don Errejón les ocupen la casa mientras están de vacaciones. Esta última parte del relato es una aportación de la disparatada doña Ayuso, que en su viaje al centro ha debido pensar que es una buena idea disfrazarse de la evabraun de don Ortega Smith.
Las elecciones como baile de disfraces que apela a las emociones de los electores, los cuales deben, a) identificar sin error el disfraz de quien se contorsiona ante él; b) saber que bajo la máscara hay un tipo con sus intereses y conveniencias, que a menudo poco tienen que ver con el disfraz que pregona, y c) que la percepción del espectador cambia a cada lance del baile. Es un ejercicio extenuante que terminará, con suerte, el próximo domingo.