No es frecuente sino lo contrario que una protesta social influya en el aparato judicial hasta el punto de modificar en última instancia sus resoluciones. No hay duda de que las manifestaciones de  centenares de miles de mujeres que se sintieron aludidas e injuriadas por la sentencia de la manada  ha influido en la percepción de los hechos y en el fallo consiguiente del tribunal supremo. Es un éxito sin precedentes del feminismo, del que se beneficiará la sociedad entera. Lo que dirimía el alto tribunal en casación no eran los hechos probados acaecidos en esta ciudad en la madrugada del siete de julio de hace tres años, ni el relato aceptado por los jueces de primera y segunda instancia, sino su calificación penal. A pesar de los tecnicismos jurídicos, las mujeres de todo el país advirtieron de inmediato que lo que los jueces calificaron de abuso sexual era una violación sin paliativos.

El abuso requiere una situación de prevalencia del abusador en el contexto de unas relaciones socialmente aceptadas. Las condiciones del abuso incluyen  el engaño, una posición dominante, el aprovechamiento de la fuerza y el número, etcétera, pero también dan por sobreentendido una cierta complicidad de la víctima o, al menos, la aceptación tácita de las reglas del juego por su parte. El abuso reconoce el mal comportamiento del abusador pero no el daño causado a la víctima ni su indefensión radical. Un escolar grandullón puede arrebatarle el bocadillo al flacucho, un sargento puede hacer la vida imposible a un recluta, un cura puede manosear a un monaguillo y un mocetón, o varios, pueden violar a una muchacha, pero ninguno de estos actos afecta a la lógica del funcionamiento del colegio, del seminario, del cuartel o de lo que se espera en una fiesta como los sanfermines. Son faltas o delitos incidentales, no estructurales, y en el más delirante de los casos, una forma de folclore pornográfico, como dejó sentado el voto particular de un juez de primera instancia en este caso.

Sobre las víctimas de violación cae de oficio la sospecha de que, de alguna manera, son cómplices o han coadyuvado al delito que denuncian. Es un plus de credibilidad de que disfruta el varón adulto, que pretenden conservar los voxianos y que, en la mayoría de los casos, les garantiza la impunidad. Es seguro que los violadores de la manada no tuvieron conciencia de estar cometiendo un delito como la hubieran tenido si su propósito fuera atracar un banco. La propiedad es una barrera infranqueable en nuestra sociedad; la libertad sexual y la integridad de la persona, si es la de mujeres o menores, no. El delito de agresión, sentado por el tribunal supremo, no solo implica un aumento notable de la condena para los culpables sino que establece una distinción neta entre el agresor y la víctima. El fallo conocido hoy sentará jurisprudencia y esperemos que su onda expansiva alcance a los contenidos de la educación y a la conciencia de la sociedad. Ha sido una noticia estimulante y esperanzadora.