Vuelta a la casilla de salida. Don Sánchez insistirá en apelar a derecha e izquierda para que le permitan ser presidente a su olímpico modo: centrado, elusivo, ambiguo, oportunista y de buen rollo. Es posible que tenga éxito en esta segunda vuelta porque cuenta con el hartazgo de la sociedad, de imprevisibles consecuencias, y el consiguiente pánico de los partidos a nuevas elecciones, que, hasta donde se sabe, no resolverían el crucigrama. El verano es un buen periodo para los disimulos que exige una conspiración porque todo el mundo está a otra cosa. Los móviles están en modo avión. Los podemitas han perdido la mano, se han quedado sin cartas y los jugadores, desacreditados. Eso es lo que piensa don Sánchez y sus febriles asesores, así que ahora toca jugar con la derecha. Descartado don Rivera, que parece aspirar al cargo de Salvini español, según la perspicaz observación de Enric Juliana, queda don Casado, devenido hombre de estado desde su reciente condición de hiperventilado demagogo de la extrema derecha. Don Sánchez y don Casado tienen un anhelo común: volver al bipartidismo o, como se dice por estos pagos, recuperar la centralidad. Los poderes económicos también empujan en esta dirección y ese es otro rasgo común de los dos partidos: su respeto reverencial por los poderes económicos.
Pepé y pesoe son dos fincas contiguas cuyos propietarios discuten a veces por cuestiones de lindes y otras minucias de vecinos pero que ahora tienen el objetivo común de librarse de los okupas que les han arrebatado parte del terreno y les están robando las peras. Populistas, indepes, nacionalistas de aquí y de allá, hala, a los márgenes del predio constitucional de donde nunca debieron salir. La constitución como propiedad privada, vaya invento, o si no se quiere ser tan descarnado, como usufructo perpetuo. La operación reencuentro no está exenta de riesgos y requiere una finezza que no es frecuente en la política española, como estamos viendo todos los días. Nuestros políticos son gente campanuda y se manejan mal en la discreción, y peor aún en la selva de la comunicación digital, pero un pacto básico entre los dos partidos necesita poco: la abstención de los diputados de don Casado en la investidura previo acuerdo en cuatro o cinco cuestiones en las que estamos pensando todos y el mantenimiento de un canal abierto entre los dos partidos para acordar las respuestas que exija la coyuntura en cada momento. Nada de comisiones negociadoras, papeles con propuestas, tuits y demás zarandajas que no hacen sino embarrar el campo de juego y, como se ha visto, están pensadas con toda deliberación para fingir que hay negociaciones y en último extremo para desbaratarlas. Si, como dicen, los interlocutores llevan el estado en la cabeza, una charleta de sofá debería ser suficiente.
Sería una legislatura de transición en la que las dos partes obtienen beneficios de su situación respectiva. Don Casado, que debe el cargo de líder de su partido a don Sánchez y su aventurada moción de censura, podría ejercer de jefe de la oposición y rebajar el tamaño de las excrecencias que le han salido a su electorado. Don Sánchez, a su turno, podría salsear en las alturas de los despachos europeos y urdir desde tan privilegiada atalaya la enésima mutación de la socialdemocracia en no se sabe qué. Y los dos podrían echarse mutuamente la culpa si la economía entrara en otro ciclo recesivo y volvieran a levantar el vuelo nuestros demonios domésticos, el paro y todo eso. ¿Y la oposición al reencuentro? Hay que contar con un coro cacofónico, desde luego, pero que nada puede hacer por sí. Parte de las tribulaciones de este periodo radica en que hemos creído que los nuevos agentes políticos tenían poder para cambiar las cosas. No ha sido así y el macizo del electorado quiere estabilidad, aunque sea por aquello de mejor malo conocido, etcétera. Somos un país muy refranero, como Sancho Panza.
Hace un par de días, analistas tan perspicaces como Enric Juliana y Javier Pérez Royo presagiaban un inevitable entendimiento entre socialistas y podemitas para la sesión de investidura. Un caso de “whishful thinking”, pues el entendimiento es imposible: el PSOE en tono bronco y Unidas Podemos con palabras cargadas de unción (por ejemplo, por boca de nuestra paisana Belarra) han expresado su inquina mutua y se han injuriado a mansalva con ánimo de no entenderse jamás, en la línea relatada tan bien ayer por nuestro bloguero remontándose a la hostilidad histórica entre socialdemócratas y comunistas. Mientras, la derecha se muere de la risa. Y es un error, con el que se consuela alguna izquierda, pensar que tampoco el trifachito quiere nuevas elecciones, ya que todos saldrían perdiendo. Otra presunción ilusoria: la derecha sólo puede mejorar sus posiciones, y lo hará. Además, después del espectáculo bochornoso de una izquierda (?) abocada supuestamente a entenderse, el españolito medio pensará que socialdemócratas, comunistas y separatistas no pueden gobernar el país, mientras que la derecha sí que sabe hacerlo, pues como ellos mismos dicen, pueden llegar a acuerdos entre diferentes.