Trescientos es un cardinal mítico. Es el número de hoplitas espartanos que, según Heródoto, hicieron frente a los ejércitos del persa Jerjes en el paso de las Termópilas. Quizá algún estratega del pesoe tuviera en la cabeza esta hazaña bélica cuando se decidió que serían trescientas y no otro número las propuestas que habrían de presentarse al pueblo soberano en defensa del progreso y todo lo demás. Una oferta que sus adversarios no podrán rechazar, intimidados por el despliegue que significa trescientas medidas para el bienestar de la nación. Tal munificencia está destinada a dejar con la boca abierta a adversarios y competidores, y singularmente, a ofrecer un escudo inexpugnable frente a los pegajosos podemitas, que no cejan en el empeño de compartir el trono real.
Los números míticos funcionan en la mitología y, despejados los vapores que provocan las leyendas en el entendimiento humano, cualquier tonto comprende que nadie puede elaborar un catálogo de trescientas propuestas sin que un buen número de ellas sean falsas, repetitivas, contradictorias o simplemente imposibles de ejecutar. Si el gobierno actual, después de catorce meses de inacción, no ha conseguido exhumar una momia enterrada en un edificio que es patrimonio del estado, ¿cuántos años necesitaría para materializar trescientas propuestas en todos los ámbitos, públicos y privados, del quehacer político con un parlamento en el que está en patética minoría? ¿A quién pretende engañar don Sánchez? Si, como ha escenificado, las trescientas surgen de los encuentros con los grupitos de la sedicente sociedad civil, quiere decirse que esos grupos han aprovechado el lance para escribir su propia carta a los reyes magos y los estrategas del pesoe se han limitado a copiar y pegar todas las demandas en un solo documento para construir la barricada de sus termópilas.
En estos momentos, el país es un laboratorio de lo que está ocurriendo en Europa: la eclosión del populismo y el desplome del sistema parlamentario representativo. La coincidencia temporal de la aventura populista del pesoe (¿cómo llamar si no a la ocurrencia de las trescientas?) y el cierre del círculo de imputados e imputadas en el pepé de Madrid permiten observar en vivo el mecanismo de degradación de nuestro sistema político y su sustitución por aventureros que se creen a sí mismos providenciales. La corrupción del pepé madrileño responde a un modo de hacer política que alcanza a quienes han ganado las elecciones y están en el gobierno regional, formado por empleadas, amiguetes y cómplices de quienes han sido llamadas a sentarse en el banquillo. Al otro lado, el nacimiento de un nuevo líder carismático, moldeado en un gabinete de comunicación, que desdeña el parlamento a favor de la llamada sociedad civil, un noción que tiene antecedentes en el uomo qualunque, el poujadismo o en el mayoría silenciosa, construcciones sociopolíticas de apariencia emancipadora y matriz reaccionaria.
Es seguro que los dos partidos tradicionales sueñan con el retorno del bipartidismo. La operación de absorción llevada a cabo por el pepé con ciudadanos (vox es solo el hijo pródigo) y la de aniquilación que ensaya el pesoe con unidaspodemos son señales inequívocas de dos estrategias concurrentes, pero la corrupción del primero y el caudillismo (ahora se llama hiperliderazgo) del segundo dan noticia de que el bipartidismo es un capítulo que no volverá. Los emergentes, a su turno, tienen razón en mantener sus posiciones pero les falta peso social, visión estratégica y paciencia táctica, y van sobrados de prisa, ambición y soberbia, que les lleva a comportarse como adolescentes malcriados, que dijo el otro. En esas estamos.
P.S. Al final, el número de medidas propuestas por don Sánchez ha sido de trecientas setenta, no se sabe si porque la imaginación de los redactores de la oferta programática es inagotable o porque habían olvidado incluir las peticiones de algunas oenegés.